Corre el año 2019. Durante los últimos días de diciembre el Centro de Santiago tiene una cara muy distinta a la habitual. Los materiales y texturas propios de la periferia de esta metrópoli se trasladaron al centro para blindar vitrinas, bancos y hoteles. En esta ciudad en disputa las planchas de zinc brillan bajo el sol del verano y las placas de madera se convierten en un lienzo en blanco para muralistas y artistas callejeros. Mientras el grito de la calle se plasma en cada esquina tapando muros completos de nuestra capital.
No cabe duda alguna que el escenario de esta revolución fue Plaza Baquedano, que se erigió como el principal punto de encuentro de los manifestantes, dado su alto grado de centralidad y accesibilidad; además del peso simbólico de unir al barrio alto con el resto de Santiago. Junto con las convocatorias empezó una eterna disputa por espacio público, generando una aguda tensión entre el movimiento social y las fuerzas de seguridad. Por un lado, un grupo exigiendo constantemente su derecho a manifestarse, buscando demostrar masividad y el apoyo al movimiento. Por otro lado, las autoridades preocupadas por el anhelado orden público, considerándolo como algo fundamental e indispensable de la convivencia colectiva.
De este modo, durante los últimos días del 2019 la estrategia propuesta por el Intendente de Santiago, fue ordenar el copamiento de Plaza Baquedano. En varias oportunidades más de 1.000 efectivos de carabineros y fuerzas especiales controlaban el lugar desde tempranas horas de la tarde, impidiendo la libre circulación de todos los ciudadanos, tuvieran la intención de manifestarse o no. Decisión bastante cuestionable por coartar la libre expresión si se tiene en cuenta que nuestra propia Constitución establece el derecho a las reuniones públicas: “asegura a todas las personas, el derecho a reunirse pacíficamente sin permiso previo y sin armas”. El resultado de esta medida fueron, enfrentamientos en cada esquina, escaramuzas por todas las calles y gas lacrimógeno por doquier.
De este modo, el espacio público tomó un rol preponderante durante los enfrentamientos. Carabineros y la primera línea combaten desplazando al bando rival para reclamar el premio mayor, la resignificada Plaza de la Dignidad. En respuesta a la constante represión, en las cercanías de la denominada “zona cero” el mobiliario urbano escaseaba y los semáforos prácticamente no existían, debido a que dichos objetos se transformaron en materiales sustanciales para levantar barricadas e impedir el avance de la policía. Del mismo modo, la mayoría de los pavimentos fueron extraídos a punta de mazo y cincel convirtiéndose en proyectiles. En busca de innovar en la defensa y, aprendiendo de las protestas de Hong Kong, los manifestantes empezaron a utilizar punteros láser para intentar cegar a los policías, lo que generó, en la noche, un verdadero campo de batalla digno de cualquier película de ciencia ficción.
Finalmente, la noche de año nuevo fue un día clave para el movimiento social. Una vez más quedó demostrado que la ausencia total de carabineros y fuerzas especiales permitió la apropiación del espacio público de manera completamente pacífica. Familias completas celebraron en Plaza de la Dignidad, donde compartieron junto a variados espectáculos de música, cocinas y cenas comunitarias. En conclusión, queda en evidencia un fuerte contraste entre las semanas anteriores, donde primó la represión, violencia y persecución por parte de carabineros en comparación con la alegría, compañerismo y fraternidad de la noche de año nuevo.
Trenzar Memorias, No. 3, Noviembre, 2022