Trenzar Memorias: En los últimos estudios que realizaron se tiene como objeto el análisis del poder, su construcción y su ejercicio en América Latina. Además, últimamente, han realizado estudios sobre las derechas, o nuevas derechas en la región, y nos gustaría preguntarles ¿por qué hablar de nuevas derechas?, ¿qué es lo que hace a esa derecha del siglo XXI ser nuevas?
Verónica Giordano: El concepto “nueva derecha” surgió a partir de una conceptualización que se hizo de la izquierda: la nueva izquierda, en función a ese giro de izquierda o giro progresista o gobiernos de la nueva izquierda de inicios del siglo XXI. La reacción que generaron esas experiencias inspiró a algunos intelectuales a nombrar a esas derechas como nuevas. Sin embargo, cuando apenas empezamos a estudiarlas en el equipo que dirijo con Waldo Ansaldi, lo primero que discutimos fue justamente la novedad. Waldo con mucha agudeza publicó un texto en 2017, donde puso por escrito esto que veníamos discutiendo, llamando la atención acerca de la perspectiva de clase para mirar a estos grupos sociales que ostentan una posición de derecha. En ese sentido, según bien señala Ansaldi, no hay ninguna novedad respecto de las derechas, porque tanto en el pasado como el presente, promueven la desigualdad de clase. Y la promueven de manera velada obviamente, a partir de un conjunto de estrategias no electorales, pero en definitiva tienen esa característica en común que las definen como derecha. En última instancia, podríamos decir que lo que reúne a las derechas de hoy, y de todos los tiempos, es su vocación por promover la desigualdad de clase, y por supuesto en sostener sus privilegios.
En ese marco, en el equipo de investigación empezamos a buscar cuáles eran las características distintivas de las derechas de antes y las de ahora, sabiendo que en todos los casos son derechas que promueven la desigualdad. Una de nuestras búsquedas fue indagar desde cuándo se empezó a decir “nuevas derechas”. En un dosier publicado en 1988 bajo el título “Nueva derecha”, se acuñaba este término, en singular. En 1988 todavía no había caído el muro de Berlín, ni se había celebrado la consolidación de la democracia liberal en las conmemoraciones de los 200 años de la revolución francesa, todavía no habían ocurrido los sucesos de la plaza de Tiananmén, ni las transiciones en Chile y en Paraguay, ni las elecciones en Brasil, ni el adelanto del calendario electoral en Argentina, ni Fujimori había llegado a la presidencia de Perú; es decir, antes de una serie de circunstancias que nos hicieron ir más atrás y rastrear este concepto y su filiación conceptual con las experiencias de las derechas del hemisferio norte. Ahí apareció la mención a la New Right en Estados Unidos y a la Nouvelle Droite en Francia. Entonces, la familia de palabras que rodean a estas experiencias está emparentada con la cadena de sucesos en América Latina que acabo de señalar.
Hay un texto en ese dosier de 1988 publicado en Nueva Sociedad, es de Franz Hinkelammert y habla de la democracia instrumental y señala que estas derechas que están ahí agazapadas, listas para tomar el poder, tienen unas características muy particulares. Evocan una democracia instrumental; es decir, una democracia meramente electoral que se vale en sus artilugios de la connivencia con los grandes medios de comunicación y de su desvinculación con la esfera de los derechos humanos, entre otras características.
La conceptualización de Hinkelammert es muy útil para poder periodizar y plantear una mirada de proceso. ¡Estamos hablando de estas derechas! Entonces en 2014 publiqué un texto en Nueva Sociedad, donde hacía una pregunta que sigue siendo válida y que viene de las investigaciones en Sociología e Historia que llevamos a cabo desde hace tantos años. Esta derecha ¿es nueva respecto de qué pasado? Entonces ahí aparece una trama histórica compleja que es la que pretende relevar la Sociología histórica, donde la Historia no es lineal, sino un proceso conflictivo, donde las nuevas derechas son nuevas respecto de aquellas que sostuvieron las dictaduras. Identificando ese pasado, y anclando a las actuales derechas en la coyuntura de 1989, nos interrogamos acerca de la novedad.
Cuando miras la trama compleja de la Historia; las continuidades, las rupturas, las aceleraciones y las desaceleraciones, aparece esta pregunta: ¿la novedad respecto de qué pasado? Entonces podemos decir que desde el punto de vista socio-histórico, las derechas que, durante los años setenta y parte de los ochentas, se habían sentido afines a un Estado centralizado en las FFAA, centralizado en la alianza cívico militar, a partir de diferencias políticas en el contexto de un nuevo cambio en el patrón de acumulación, comenzaron a sentir como excesivos los constreñimientos del Estado y a reclamar mayores márgenes de autonomía respecto de esa alianza en el Estado. Hay una ruptura política, donde un sector se asume como más liberal, y pretende cierta autonomía y menos interferencia del Estado en los asuntos que le compete. Ejemplo de ello, es Chile, donde esa nueva derecha se organiza en un partido político. Aparece la distinción entre una derecha que es más nacionalista, conservadora, vinculada a la religión y autoritaria, y otra derecha que es tecnocrática y liberal. De este cuadro surgen luego también las llamadas “derechas populistas”. A partir de estas constataciones surgen las siguientes preguntas: cómo gobiernan estas derechas, cuál es su estilo político, cuál es la ideología que utilizan para encumbrar la democracia en este sentido instrumental.
TM: Nos preguntamos si dentro de la investigación que llevaron a cabo se pueden distinguir cuáles son las disputas por los sentidos del pasado; por ejemplo, ¿qué hacen estas derechas y qué particularidades encontraron en Brasil, Argentina, Colombia y Perú? Además, nos daba curiosidad saber ¿cuál ha sido el papel de la academia en la construcción de esos sentidos del pasado?
Paola Rodríguez: En una investigación publicada en 2020 estudiamos junto a Verónica Giordano las estrategias no electorales de las derechas de cuatro países: Argentina, Brasil, Colombia y Perú, y nos preguntamos cómo dentro de sus repertorios discursivos se apostaba por una resignificación del pasado reciente en una clave negacionista de la responsabilidad estatal en las violaciones de derechos humanos. Empezamos por ver que estas derechas -nuevas y no tanto- son siempre relacionales, por lo que no se trata únicamente de verlas de manera endogámica, sino que es importante observar a quién tienen en frente en cada momento histórico, esto es, cómo se posicionan respecto a otros: el progresismo, el marxismo cultural, los movimientos de derechos humanos, el feminismo, etcétera. Lo que encontramos en los últimos años es una disputa por el sentido del pasado, pero con una finalidad en el presente: hacer estallar el campo de significados instalado por las luchas de los movimientos de derechos humanos con miras a polarizar a la opinión pública y avanzar en una estrategia de construcción del miedo.
Los sentidos del pasado traumático del conflicto armado en Colombia y Perú o la dictadura en Argentina y Brasil, no están del todo cerrados. Incluso en países como Argentina, donde podría haber acuerdo en torno a lo que fue la dictadura cívico militar, a partir del proceso de enjuiciamiento a las juntas militares, etc., las derechas han apostado por abrir ese sentido para disputar cuestiones como el número de víctimas de la dictadura o la responsabilidad de las Fuerzas Armadas en la comisión de hechos violatorios de los derechos humanos, en una apuesta por reescribir el pasado. En esta “revisión” o reversión, lo ocurrido durante la dictadura ya no es significado bajo la categoría de terrorismo de Estado, sino como una guerra librada por las fuerzas legítimas del Estado contra el terrorismo de Montoneros o del ERP. De manera similar ocurre en el relato fujimorista del conflicto armado peruano o en el relato del Partido Centro Democrático en Colombia, que se niega a referir la historia de violencias de las últimas seis décadas como conflicto armado interno, para reducirlo y simplificarlo bajo la idea de una amenaza terrorista de las guerrillas contra el Estado colombiano indefenso. También en Brasil, el presidente Jair Bolsonaro ha reivindicado el golpe de estado de 1964 y se resiste a denominarlo como tal para resignificarlo como acción cívico militar.
Disputar el sentido del pasado ha sido muy eficiente como estrategia de polarización en coyunturas electorales en las que se que busca la construcción de un otro radical al cual temer y enfrentar. Es lo que hizo el uribismo en Colombia en las campañas presidenciales al agitar el miedo a las FARC y a los supuestos efectos del proceso de paz para las familias, la propiedad y la seguridad de los colombianos; o lo que hizo Keiko Fujimori en su campaña presidencial de 2021 cuando redujo el vasto campo de contradicciones políticas y sociales del Perú a estar a favor o en contra del comunismo representado por Pedro Castillo y su presunto vínculo con Sendero Luminoso.[i]
Estas operaciones de reduccionismo han tenido un impacto muy grande en cuanto a los modos de comunicar y formar opinión, pues si bien se trata de disputar sentidos del pasado, en el proceso de reapertura de significados se retoman y recogen malestares actuales que son reales y legítimos dentro de la población. Por eso son eficientes estas estrategias de polarización, que a los ojos de quienes tengan memoria de la historia reciente de nuestros países parecen inverosímiles, inaceptables; pero en tanto están teñidas por el conjunto de malestares – eso sí vigentes, actuales y legítimos (por ejemplo, en el contexto de pandemia) o, de lo que ha sido un ciclo de recesión económica en estos países de América Latina -, hacen que tenga sentido una vez que llega a ciertos sectores sociales.
En el mismo sentido, la derecha ha sido muy hábil en ocultar sus intereses de clase y solapar la preservación del statu quo para hacer aparecer la opresión como legítima. Así devienen socialmente aceptables las ideas que niegan los derechos humanos a determinados grupos sociales, al tiempo que se invisibilizan las profundas desigualdades generadas por el capitalismo neoliberal. Al igual que los fascismos de antaño, las derechas actuales apelan a la emocionalidad del elector a través de discursos virulentos en los que identifica a un enemigo como el culpable de todo aquello no estaría funcionando en estas sociedades. El objetivo es reciclar estos odios y miedos de los individuos y reconducirlos hacia un enemigo que difuso. A contramano, el o la representante de la derecha, asume el papel de héroe o heroína que se daría a la tarea de sacar y salvar a la sociedad entera de este enemigo.
TM: En relación a estos discursos de las derechas que mencionas, el negacionismo es fundamental. En Argentina todavía se discute la posibilidad de una propuesta de ley de negacionismo. En Perú, por ejemplo, durante el gobierno de Ollanta Humala hubo una propuesta para una ley de negacionismo, pero no procedió. Entonces, ¿cómo enfrentar estos discursos negacionistas, que para las derechas son muy útiles, especialmente, como estrategia en sus campañas electorales? En el caso peruano una de las cosas que se discutió fue si el camino era el punitivismo para hacerle frente al negacionismo; además, estaba la preocupación por la libertad de expresión y pensamiento sobre la memoria; entonces queremos reflexionar sobre ¿cuáles serían las formas de enfrentar estos discursos?
VG: Desde el punto de vista de Argentina, creo que es urgente hacer frente a una derecha que tiene artillería pesada en el plano de los medios de comunicación. Con la pandemia en el caso de Argentina, donde hubo además un discurso de aislamiento social y confinamiento en la esfera privada muy fuerte, la militancia en las calles se vio muy menguada. La imposibilidad de verificar el lazo social entre el líder y la masa en la plaza pública, cierta falta de carisma de parte del gobernante para poder aglutinar los sentidos más básicos y urgentes, son elementos que están siendo muy bien aprovechados por la derecha.
Los muertos por los coronavirus contabilizados minuto a minuto contrastan con las bolsas de residuos arrojadas en Plaza de Mayo por unas derechas que utilizan el imaginario de la memoria de los movimientos de DDHH en beneficio propio, las piedras llevadas a la puerta de la casa de Gobierno para improvisar una suerte de memorial que el Gobierno nacional no pudo o no supo cómo construir. El Gobierno llega tarde para aglutinar ese dolor. Estas son referencias que no deben escaparse a la hora de un análisis de cómo se construye hegemonía. Luego la frase poco feliz de que los argentinos descendemos de los barcos, también se suma a esa falta de atención quirúrgica que se requiere para hacer frente al negacionismo de las derechas. Se debe ser muy cauteloso en cómo recuperar aquello que se está negando; cómo recuperar en un sentido positivo aquello que se está negando. Y justamente los signos que toma la derecha para alimentar su negacionismo son los mismos signos que podría haber tomado el gobierno actual para enarbolar las políticas de afirmación de la comunidad nacional, inclusiva, democrática y respetuosa de los DDHH.
PR: Yo me he hecho la misma pregunta, sobre todo a la luz de la experiencia europea, donde hay diez países en los que se sanciona penalmente el negacionismo. En Alemania, la norma contempla la sanción de cualquier apología o negación de los crímenes cometidos por el nazismo, mientras que en Austria y otros países, además de la negación se sancionan la banalización y la justificación del genocidio o de los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen nazi. Para el caso de Argentina, que ha suscrito el Estatuto de Roma -aquel instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional como tribunal competente para juzgar crímenes de genocidio, guerra, agresión y lesa humanidad- no veo ninguna dificultad en ensayar la creación de una ley contra el negacionismo de los crímenes cometidos durante la dictadura cívico-militar. Por el contrario, me parece que no hacerlo, y que no exista una condena más explícita y contundente de parte de los sectores políticos y la sociedad toda ante manifestaciones de odio, es preocupante. En algún momento, el presidente Alberto Fernández anunció que iba a encomendar a las organizaciones de derechos humanos la redacción de una ley en ese sentido, pero quedó en veremos.
Lo que ocurre cuando se debate esta posible reglamentación, es que se malentiende el derecho a la libre expresión invocándoselo para habilitar el negacionismo y los discursos de odio. Así es como bajo un pretendido pluralismo circulan sin restricciones retóricas de discriminación, racismo, xenofobia, machismo y misoginia o discursos apologéticos de la violencia. En nuestras sociedades no termina de entenderse que la circulación de estos discursos es antidemocrática y violatoria de los derechos humanos. Primero porque atenta contra los derechos a la memoria, la verdad y la justicia; pero segundo y principal, porque corre los márgenes de lo decible y lo practicable, justificando la eliminación material y simbólica de algunos sectores de la población.
Bajo la excusa de la libre expresión se ha querido disputar, por ejemplo, la cantidad de personas que fueron víctimas del terrorismo de Estado en Argentina. Pero discutir si fueron seis mil (6000) o treinta mil (30.000) de ningún modo impugna el horror sufrido por la comunidad nacional ni resta derechos a las víctimas. También se distribuyen masivamente productos bibliográficos en los que se niega la responsabilidad estatal en estos hechos de victimización. Argumentar que una ley contra el negacionismo es violatoria del derecho de la libertad de expresión solo es posible en una sociedad en la que los discursos de odio son admisibles como parte del debate público, y esto sería todo, menos una sociedad democrática. Si consideramos que los discursos no son solo palabras, sino que tienen poder performativo, no debe sorprendernos el aumento de la violencia en nuestras sociedades. Lo que debemos pensar con mayor detenimiento es cómo llegamos a una sociedad que permitió estos desplazamientos.
Traigo un ejemplo de otro contexto que ilustra las consecuencias de hacer prevalecer el derecho a la libertad de expresión por sobre la dignidad humana. En los años setenta y ochenta hubo un debate enorme sobre la legalidad de la pornografía en EE.UU. Esa fue una de las banderas del movimiento feminista y una de las cuestiones por las que más luchó y que perdió, como se colige del crecimiento de la industria hasta hoy. En su momento, los jueces norteamericanos arguyeron la legalidad de la pornografía como parte del ejercicio de la libertad de expresión. Pero, como marcaron feministas como Catharine Mackinnon y Andrea Dworkin, la pornografía construye a las mujeres como objetos para uso sexual y construye a los consumidores para que deseen con desesperación a mujeres que a su vez “desean” ser deshumanizadas y poseídas. Es decir, que la libertad de expresión de los productores y consumidores de pornografía tiene como contracara la violencia, la tortura y la humillación de las mujeres.
Actualmente, estamos en riesgo de llegar a un escenario de estas características en los cuatro países que hemos analizado con Verónica, donde de manera deliberada, algunos representantes de la derecha deciden selectivamente qué obedecer y qué no del mandato internacional de los DD.HH., y en esa medida declarar qué sectores sociales pueden ser violentados, torturados y humillados. Esta es una tensión presente en nuestros países, donde las políticas de verdad, memoria, justicia, reparación y no repetición parecen estar sometidas a los vaivenes de la política y los gobiernos de turno. En esas condiciones es muy poco lo que puede garantizarse a las víctimas.
TM: Al escucharlas, recodamos el caso del Centro de Memoria Histórica de Colombia con Rubén Acevedo como director. Él niega la existencia del conflicto armado que ha habido en el país y, es muy importante sobre ese punto observar cómo esas políticas de verdad y de memoria quedan sujetas a las políticas gubernamentales. En esa medida, queremos introducir el rol de las mujeres de derecha en toda esta disputa de sentidos por nuestros pasados recientes, y queremos preguntarles ¿cómo intervienen esos liderazgos de mujeres de derecha sobre esas luchas memoriales, dado que en muchas ocasiones ejercen funciones públicas dentro de los poderes del Estado y al interior de sus colectividades políticas? Sobre todo, teniendo en cuenta que muchas de esas luchas están relacionadas con casos de violaciones sexuales, de tortura, de vejación a mujeres durante los procesos dictatoriales y de los conflictos armados ¿Cuál ha sido el rol de la mujer allí?
VG: Me quedé pensando en la intervención de Paola y hasta dónde el liberalismo o el pluralismo democrático pueden estirarse para alcanzar a contener medidas o experiencias que son claramente violatorias de la dignidad humana. Me acordaba de Perú y de la intervención de Fujimori en el marco de la Conferencia de Mujeres de Beijing, donde justamente él realzaba la experiencia del control de la natalidad y la planificación familiar, por supuesto ocultando las esterilizaciones forzadas que al mismo tiempo practicaba en su país. Algo similar había ocurrido en 1975 en la Primera Conferencia Internacional de las Mujeres que se celebró en México, donde el gobierno argentino, en ese momento a cargo de Isabel Perón, llevó como consigna de defensa de la vida y la política de planificación familiar encabezada por el ministro de Bienestar, José López Rega. Me parece que ahí hay una cuestión que debemos mirar con atención sobre todo en el presente.
Cuando miramos la historia y prestamos atención a los hechos, las coyunturas y las estructuras, es decir, cuando se presta atención a esa triple dimensión del tiempo, es que los análisis de coyuntura pueden mantener cierta vigencia más allá de lo efímero del momento. Me acuerdo del libro “Impensar las ciencias sociales” de Immanuel Wallerstein. Allí, él sostiene que tanto la democracia como el desarrollo son “ideas”, ideologías, que surgieron en la segunda post guerra y que dejaron de ser conceptos que nombran procesos históricos para convertirse en consignas políticas. En la medida en que comprendemos que democracia y desarrollo pueden significar lo mismo y lo contrario, nos adentramos en el análisis en términos de proceso histórico complejo. Esto es muy difícil decirlo, los grandes cambios no se perciben de un día para el otro, pero yo creo que dentro de cien años vamos a mirar hacia atrás y es probable que veamos una profunda transformación de las formas de organización social, de las formas de orden. Por ejemplo, con una mirada desde el presente, vuelvo a mirar el mapa de referencia de las derecha en el año 1989 y si antes proponía enumerar los sucesos de este año en cada uno de los países latinoamericanos, en Estados Unidos y en Europa, ahora también estoy incluyendo a la Plaza de Tiananmen. La mayor presencia de China en el escenario mundial y en la disputa hegemónica vuelve a reconfigurar la tensión izquierda-derecha y a mostrar una imagen del orden que, insisto, dentro de cien años será percibida tal vez con mayor claridad en términos del cambio de orden que se produjo.
Hace días, Waldo Ansaldi dijo que el muro de Berlín no se cayó, porque efectivamente con las vacunas estamos viendo una redistribución de ese patrón de polarización de la Guerra Fría que sigue vigente, solo que a Rusia ahora se le adiciona China como jugador mundial. Pero, ¿qué pasa con China?, ¿qué nos trae este país a nivel cultural, a nivel de las ideologías? Nos trae la idea de que se puede salir de la pobreza sin democracia liberal, nos trae la idea que puede existir un orden mundial que no sea democrático liberal, y que puede ese orden puede no ser anticapitalista. La idea de una experiencia no liberal “exitosa”. Cuba no es “exitosa”, pero Huawei, sí.
Me parece que, a nivel cultural, a nivel de las mentalidades -que son cárceles de larga duración, según Braudel-, estamos frente a un hito. Se ha puesto una cuña en la construcción de la democracia a nivel mundial, y aparece este jugador, este mensajero, que es China. Llama la atención que aparezca de forma tan prístina, anudándose con otras situaciones previas, donde lo que se pone de manifiesto es que la democracia universal es un artilugio ideológico y discursivo para la dominación de clase. Esto lo decía Marx, por supuesto no estoy diciendo nada nuevo, pero lo que aparece con mayor presencia es que este elemento que antes era marginal ahora es cada vez más visible y es usufructuado por todo el arco político aparece denunciado y enarbolado a la vez. Esto es muy riesgoso. Con esto se puede alimentar órdenes totalitarios, autoritarios, excluyentes, genocidas. Sin embargo, lo que señalo, y que está en sintonía con lo que Paola llama amplitud del pluralismo democrático, es que puede incluir cualquier cosa dentro y nos permite pensar que se está acompañando de un reordenamiento a nivel mundial donde hay un jugador como China que no se organiza bajo la forma democrático liberal y tiene posibilidades de ser hegemónico a nivel cultural.
Ahora, sobre cómo mirar esto desde un punto de vista de género, observamos que las derechas denuncian el feminismo como la ideología de género; esta es su primera reacción. En una segunda mirada vemos que utilizan la ideología de género para sus propios intereses. Es decir, en un primer momento denuncian y luego asumen algunas de sus banderas (esto aparece también con el negacionismo, primero negaban el coronavirus, luego llevaban las piedras a la Casa Rosada para conmemorar a sus muertos). Entonces poder revelar cuáles son los mecanismos de dominación ideológica que utilizan las derechas es muy importante.
En cuanto a la dimensión de género, las derechas también tienen una concepción instrumental. Según Franz Hinkelammert hay un uso de determinados significados, de determinadas consignas, que son usadas como denuncia o como elemento para la propia construcción política. Esto se ve en casi todas las experiencias de derecha, que como todas las experiencias políticas modernas son patriarcales. Lo que surge, en términos de las experiencias de mujeres que ejercen el poder político en el arco de las derechas, es que participan de la misma trama patriarcal que fomenta y promueve su grupo de pertenencia, y que, por el contrario, las mujeres de otros espacios políticos, denuncian. Estas mujeres de las derechas utilizan el ejercicio del poder para la consecución de determinadas consignas que, a diferencia de los otros espacios, no denuncian la dominación patriarcal. Estas mujeres de derecha utilizan las marcas de género, siempre dentro del orden patriarcal, por ejemplo, hacen una defensa del maternalismo en nombre de una visión de género. Que no sean feministas no significa que ellas no asuman una visión de género. Y ahí entonces aparece otra cuestión: ¿cuál es la agenda de género?, ¿cómo construyen esa dimensión de género las mujeres de las derechas?
PR: Me quedé pensando muchas cosas a partir de la intervención de Verónica sobre China. Recuerdo “El choque de civilizaciones” de Samuel Huntington; un texto noventista que cuando apareció, veíamos con mucha suspicacia desde América Latina. Allí Huntington sostenía que, con el fin de la Guerra Fría, los conflictos del siglo XXI podrían no tener lugar entre países, sino entre grupos culturales o civilizaciones. Las civilizaciones dominantes eran para Huntington la occidental, la confuciana y la ortodoxa. La primera abarca Europa, Norteamérica y los grandes países de Oceanía, y está liderada por Estados Unidos. La civilización ortodoxa, encabezada por Rusia, engloba a los países de Europa del Este y de Asia occidental. Y la civilización confuciana incluye a China y algunos países de su zona de influencia. Por supuesto, América Latina y África tienen poca importancia civilizatoria en la matriz de este autor. Esas ideas no han perdido actualidad como representación del pensamiento de las derechas que han desplazado el locus de contradicciones de los campos nacionales a estadios regionales y globales en los que subyace la idea de una lucha contra un poder externo que amenaza a la propia civilización de referencia. La derecha aparece llamada a restaurar el orden perdido o amenazado; a recomponerlo, restaurar la unidad, devolver la pureza. Ese es un discurso transversal a cualquier derecha: el retorno de esa pureza, esa unidad, ese “orden original”, que no es otra cosa que el statu quo.
¿Por qué es importante lo que menciona Verónica sobre China? Porque junto a Rusia encarna a es ese otro que estaría poniendo en crisis el conjunto de valores de este occidente capitalista, liberal, etc., con lo cual se desplaza el punto de atención de las propias contradicciones de la democracia liberal, sus lagunas y sus efectos perversos. En el objetivo de mantenernos a salvo de ese otro que viene avasallando de manera inminente, resurgen los fascismos, los conservadurismos y hasta los discursos suprematistas en el seno de sociedades que se autodenominan democráticas. Esto tiene una influencia clarísima en el discurso familiarista, maternalista y tradicionalista que las mujeres de la derecha reproducen en sus visiones y agendas de género que combinan el papel de madre esposa con el de la empresaria exitosa.
Las palabras reconciliación, reunificación, juntos, enunciadas por las derechas, encubren y difuminan la responsabilidad histórica de sendos sectores de clase en la victimización de una parte de la nación. Palabras como reconciliación vienen a saldar esa deuda no pagándola, superando ese conflicto histórico, pero no por una resolución de las contradicciones materiales y políticas que dieron origen a ese conflicto, sino por su clausura: esto no ocurrió. Esas fueron las leyes de perdón y olvido en Argentina en los noventa, esa es la aspiración del Centro Democrático en Colombia al boicotear la Justicia Especial de Paz, eso fue lo que quiso generar también el fujimorismo y no pudo en el Perú. El perdón, el olvido, el cierre y que venga la reconciliación con impunidad.
En la sociedad neoliberal, donde las grandes mayorías hemos perdido el horizonte de expectativas y el derecho a imaginar otros futuros posibles, la idea de recuperar una comunidad perdida sin escisiones ni contradicciones es muy seductora. Perdidos o erosionados los lugares que nos daban cierta certeza respecto de nuestros proyectos de vida como un trabajo estable, una familia, o una comunidad vecinal, la esperanza de un futuro sigue intacta, aun si esto supone la eliminación de otro.
Frente a este escenario de incertidumbre y precariedad en todos los ámbitos de la vida, el discurso conservador familiarista nos vende la idea de una recomposición o vuelta a un lugar idílico. En los discursos de las mujeres conservadoras, está esa idea de retorno al hogar como si la familia funcional, tradicional y heteronormada estuviera exenta de violencias y contradicciones, o nos permitiera devolvernos a un estado de cosas mejor. Ya sea por ingenuidad o por deseo, muchos ciudadanos y ciudadanas están ávidos de promesas, de que les vendan proyectos, les gusta que les mientan. Como en esa canción de moda que dice: “Miénteme, haz lo que tú quieras conmigo”, los discursos de las derechas no tienen el menor prurito en mentirnos y prometernos descaradamente lo imposible. Mientras, seguimos creyendo estos discursos porque queremos volver a ese Edén perdido, a ese Edén que nunca existió, pero que nos dicen que existió y que fueron los del marxismo cultural, las feministas, las abortistas, los líderes sociales, los defensores de derechos humanos, los terroristas, quien sea, quienes vinieron y rompieron, patearon ese orden y lo destruyeron en pedazos. Es muy importante entender cuáles son las operaciones discursivas que van a impactar directamente el sistema emocional de los electores, porque en esto están siendo más hábiles los comunicadores de las derechas.
Obliga decir que derecha e izquierda, nunca van a tener recursos ni estrategias simétricas porque siempre es más fácil conservar el poder que disputarlo; porque siempre es más fácil mantener que transformar, y porque ciertamente, yendo a los recursos simbólicos y económicos la baraja viene cargada desde hace tiempo. A la alianza estratégica con los poderes judiciales de nuestros países, las derechas han sumado alianzas con grandes medios de comunicación y otros agentes de producción de significado como los think tanks. Cuando hablamos de la batalla cultural, cierto progresismo se para como si estuviera en igualdad de posiciones respecto a las derechas, y ciertamente las condiciones son muy desiguales y cada vez lo son más.
Un progresismo de buena fe no estaría en condiciones de mentirle en la cara a sus electores respecto de aquello que está por venir, respecto de lo posible. Hoy por hoy las fuerzas progresistas apenas cumplen el papel de diagnosticadoras de la realidad, pero no están en condiciones de concretar transformaciones profundas ni de proyectarlas. Por eso, salvo que cometan el acto irresponsable de mentirnos cínicamente, es muy poco lo que pueden decirnos sobre cambio o emancipación si se mantienen en los marcos de este sistema neoliberal.
Tampoco pueden ofrecernos la restauración o el retorno a un pasado idílico. Si bien en cierto punto, el peronismo en Argentina construyó una épica anclada en las figuras de Perón, Eva, Néstor y Cristina Kirchner, que le permitió movilizar cierto espíritu de proyecto colectivo entre sus correligionarios, mi impresión es que se haya en desgastado por las crisis económica y sanitaria que han hecho que muchas personas se replieguen a la esfera privada en un individualismo de supervivencia. En Colombia, por otra parte, no hay ningún pasado idílico al cual volver, ni ninguna figura política a recuperar con miras a un proyecto de futuridad colectiva. Colombia vive en el loop eterno de sus violencias. En Perú tampoco, pues volver, por ejemplo, a lo que fue el proyecto populista de Velasco Alvarado, es algo impensado en la medida en que es un pasado con el que los peruanos no se identifican, y no quieren volver a él. Así las cosas, lo que parece ser común a nuestros países es el descreimiento en la clase política que, sin importar a qué partido político pertenezca, ha defraudado las expectativas de los ciudadanos. Se trata de un contexto muy delicado, pues cuanto más debilitada se encuentre una democracia, más posibilidades hay de que el fascismo la tome por asalto. Lo venimos viendo con el ascenso de los partidos libertarios.
Volviendo a la pregunta inicial, las mujeres de los partidos de derechas en América Latina se han actualizado retóricamente. Para ellas, el género dejó de ser un asunto marginal de la agenda política hace mucho tiempo. Sí o sí hay se expiden respecto a este tema, pero han sido hábiles en hacer del género lo que su partido político o su sector hegemónico de referencia quiere entender por género y es importante marcar esto porque, no necesariamente cuando hablan de ideología de género están reivindicando los derechos de las mujeres y disidencias sexuales, así como no porque hablen de madres, familias o planificación familiar están abogando por los derechos de las mujeres sobre su salud sexual y reproductiva. A contra sensu, es una agenda tan reducida que pareciera reducir el género a una consigna más, así como se ha ido vaciando las ideas de democracia o desarrollo y, sin embargo, aparecen enunciadas en sus discursos. Por eso es necesario hacer todo un ejercicio de recomposición del lugar donde aparece la palabra género para entender hacia dónde apunta.
Otro aspecto a destacar es el crecimiento de organizaciones de mujeres dentro de los partidos de derecha. En Argentina, especialmente, alrededor de la figura de Esteban Bullrich hay toda una red de mujeres “Pro-vida”, que ya tiene alcance en las 24 provincias con un activismo muy importante. Es impresionante cómo ese activismo no ha bajado, no se ha extinguido después de la aprobación de la IVE.[ii] Al contrario, pareciera que, en el horizonte de estas organizaciones, la abolición de esta ley es un motivo para insistir en su organización y lucha política. Tenemos que seguir analizando qué ocurre con todas las mujeres que se identifican con esa agenda, que se sienten interpeladas y llamadas a la acción a partir de estos discursos en lugar de minimizarlas. Lo cierto es que las mujeres de derechas votan, se organizan, ocupan espacios de cuidado de otros, donde también se organizan y obtienen votos, como comedores, escuelas, hogares de niños y centros sanitarios. Y justamente este es el locus que ha sabido ver muy bien la derecha de estos países en su llamado a estas mujeres populares.
TM: Siguiendo con el tema de las agendas, hablaron sobre las apropiaciones que son muy estratégicas para las derechas ¿Cuáles han sido estas apropiaciones que se han impulsado y que se han tomado del feminismo, de repente de un modo más amplio? Además, en estos casos nacionales ¿cómo es que han sido tan útiles para las derechas y para estas mujeres? Por ejemplo, en Perú hay una ley de paridad y en casi todos los países latinoamericanos también. Sin embargo, en las últimas elecciones de Perú se discutió sobre este tema, porque el primer gabinete ministerial de Pedro Castillo estaba compuesto por solo dos mujeres; entonces la discusión giró también sobre si era la paridad por paridad o qué tipo de paridad se quería.
VG: Las prácticas que estas mujeres de derecha incluyen en sus agendas de género son las prácticas del cuidado. Algo que era preexistente a la inclusión del cuidado dentro del repertorio feminista. Las derechas refieren a las prácticas del cuidado en un sentido maternalista, familiarista; esto tiene que ver con esa intervención histórica y propia del conservadurismo y de las mujeres dentro de las esferas conservadoras: la beneficencia o la caridad. Justamente una de las luchas del feminismo es convertir estas prácticas en políticas de Estado con una visión de igualdad de género. Una vez que esto pasa a la esfera de la acción estatal respecto de la necesidad de que sea una política pública, las mujeres de las derechas pueden usufructuar sus prácticas tradicionales dentro del Estado, llevando adelante una política pública al respecto, pero sin el ideal de igualdad. El rol de las primeras damas, en general, ha sido este, el de la beneficencia, la caridad; por eso también cuando miramos a las mujeres de las derechas, debemos mirar a las primeras damas de los gobiernos de derecha, ellas son figuras muy ensombrecida dentro de los estudios de género, aparecen simplemente como figuras políticas protocolares, pero sus acciones tienen efectos políticos inmediatos.
Vuelvo otra vez al caso de Argentina. En este momento apareció, en medio de una campaña electoral, una foto de celebración de un cumpleaños de la primera dama que violaba las disposiciones estatales de aislamiento obligatorio. El presidente dio una explicación pública respecto de los motivos y puso a la primera dama como sujeto de la acción. “Ella hizo una fiesta”, dijo Alberto Fernández señalando con el dedo acusador patriarcal, y al mismo tiempo, dando autonomía de acción a la mujer. Este es el modus operandi de las prácticas patriarcales, autonomía dentro de un esquema de subordinación. A esta secuencia de hechos, se agrega un incipiente anuncio de embarazo de la primera dama. Leyendo las tres cosas al hilo se observa una secuencia de signos del patriarcado por excelencia: la fuga por la maternidad, la resolución del conflicto vía el maternalismo y la reactualización de cierto estereotipo de la mujer madre.
Entonces me pregunto hasta dónde seguir pensando la igualdad de género en términos de paridad y de cupo, por qué no profundizar más los estudios sobre estas dimensiones que son culturales. La derecha tiene clarísimo la eficacia de los signos, porque como no piensa habilitar canales de participación política autónoma, insiste en trabajar sobre esta dimensión cultural del feminismo. Estamos a treinta años de las experiencias de las leyes de paridad de género y me parece que con estos años de experiencia podríamos estar pensando, no digo de manera excluyente, pero sí viendo de qué manera se apuntalan desde otros espacios un análisis profundo de los estereotipos de género que están por detrás de las prácticas políticas. A tal punto esto es un punto de tensión dentro del arco político y feminista que la secuencia que mencioné arriba y que es noticia del diario de ayer es un punto opaco en el debate público.
Ahora estoy indagando sobre la cuestión de la menopausia. Encontré, en mujeres conservadoras de Inglaterra, específicamente, en el Parlamento conservador inglés, una propuesta de modificación de leyes de ampliación de derechos para las mujeres que están atravesando la menopausia y que trabajan. La propuesta busca que las mujeres tengan beneficios en sus espacios de trabajo que les permitan transitar la menopausia de manera menos traumática como, por ejemplo, el vestuario que tienen que usar, los tiempos de descanso, el acondicionamiento de las salas para que haya refrigeración, etc. Entonces, ¿qué es lo que los feminismos han puesto en la agenda pública sobre este tema? La mirada está enfocada en la cuestión del aborto y la educación sexual integral, la consideración del cuerpo desde una mirada (no)reproductiva, los contenidos de una educación integral que lejos de ser integral, empieza y termina con las vicisitudes de los cuerpos menstruantes (la gestión y gratuidad de los elementos de cuidad de la menstruación es un ejemplo). ¿Qué pasa con los derechos de las mujeres que ya no son reproductivas? Encuentro que el cuerpo hegemónico detrás de estas posturas “de avanzada” sigue siendo el cuerpo productivo y reproductivo.
Me parece excelente que estemos tratando de incorporar en el sistema de salud la posibilidad de que el Estado provea toallitas femeninas o dispositivos para la entre comillas “gestión” de la menstruación, una palabra que me parece odiable. Pero ¿qué pasa con la “gestión” de la menopausia? La sequedad vaginal genera muchísimos conflictos entre parejas, llegando incluso a la violencia contra la mujer por parte de varones que por saciar su apetito sexual obligan a sus mujeres a tener relaciones sexuales con dolor, o ser golpeadas si se niegan. ¿Qué pasa con el sistema de salud en la provisión de los elementos y terapias alternativas a la medicina tradicional que permiten mejor lubricación vaginal? Así como está cubierta la crema para proteger los pezones durante la lactancia, deberíamos atender estos otros elementos. Aquí el feminismo se está quedando atrás. El tabú histórico sobre la menopausia se condice además con el estereotipo de mujer hegemónica: las primeras damas jóvenes y reproductivas aduladas por el sentido común, y en contraste, la estigmatización de la “vieja loca”, como sucedió con Cristina Fernández, que también fue primera dama.
Esos estereotipos circulan muchísimo. Cuando se analiza la presencia de mujeres en el poder ejecutivo se mira mayormente los ministerios, pero difícilmente se analiza ¿cuál es el lugar que ocupan las mujeres en las estructuras partidarias y en las candidaturas presidenciales?, ¿cuántas de ellas acceden finalmente al cargo de candidata, al puesto de candidata en las internas partidarias? ¿Cuál es el rol de las primeras damas? Todo eso todavía no está suficientemente relevado y no está puesto en correlación con los discursos de género dominantes. En términos estadísticos, podemos sumar y restar mujeres en los gabinetes, pero si no lo vinculamos a la visión de género, a la visión política de género que sostiene tal o cual partido, sea de derecha o sea de izquierda, es difícil de medir lo que en definitiva nos importa, esto es, el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género.
PR: A mí sí me parece que, en términos de la representación política de las mujeres, con independencia de cuál sea el contenido ideológico de sus partidos, las leyes de paridad son importantes, necesarias y hay que ir por más, para alcanzar el objetivo de una representación igualitaria. En nuestros países se han sancionado leyes de paridad que son mentirosas porque si bien la participación en términos cuantitativos es paritaria, no lo es en términos cualitativos. Las mujeres van en los últimos lugares de la lista, van como suplentes, son las hermanas, hijas o esposas de los varones que dominan al interior de los partidos.
Es importante que estas leyes de paridad tengan también una dimensión cualitativa, y esa dimensión cualitativa tiene que ver con socavar estos poderes patriarcales consolidados, que son también familiares porque son de las mismas personas que se han reproducido en la esfera estatal y capturado el estado y el poder legislativo desde hace décadas. Las leyes de paridad deben ser la oportunidad para un recambio político y una transformación profunda de las estructuras.
Me parece que además del estereotipo que describió Verónica, la mujer que cuida y, que ciertamente, el cuidado ha sido retomado en la agenda de las mujeres de las derechas, hay un segundo estereotipo que se ha querido construir desde las visiones de derechas: el de la mujer guerrera. Un espejo femenino del hombre de mano dura. Y esto tiene relación con los discursos de seguridad de las derechas a nivel mundial. No nos basta con una mujer que sea madre, que nos cuide, que aparezca con sus hijos preciosos en una casa hermosa, sino que necesitamos también aquella que tenga mano dura y firmeza para acabar con el enemigo. Un ejemplo de ello son los liderazgos de María Fernanda Cabal en Colombia, Keiko Fujimori en Perú, Patricia Bullrich en Argentina y Jeanine Áñez en Bolivia.
Esta imagen de la mujer dura, que no teme la virulencia en el discurso, que amenaza y encara al enemigo, que defiende la tenencia de armas, está siendo un recurso muy utilizado por las derechas hoy de la mano del discurso de la inseguridad. Frente a la precariedad en todos los ámbitos de la vida generados por el orden neoliberal, las respuestas son el gatillo fácil, la seguridad reducida al control del orden público, la ampliación del gasto militar, el populismo punitivo y la vía libre a la violación de derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad. Más armas, más policía y penas.
Empiezan a surgir los discursos pro armas enunciados por mujeres; además de productos culturales donde son protagonistas la mujer narcotraficante, la mujer justiciera, la mujer armada, que no son otra cosa que una convalidación de la violencia patriarcal y machista, en el cuerpo y el rostro de mujeres jóvenes y bonitas, que parecieran dulcificar lo que es un mensaje supremamente violento. Este fenómeno observable en las series de Netflix, también se tomó el discurso político. En un artículo que publiqué recientemente hice referencia a Lauren Boebert, una congresista del partido republicano por el estado de Colorado, quien ganó las elecciones con un spot de campaña en el cual cargaba su pistola Glock; se la enfundaba en el cinto y se iba caminando al congreso de los E.E.U.U. Defendía el derecho de todas las madres a defender a sus familias con los dientes y armas –literal-.
Ese es un discurso muy impactante y, creo que aquí hay un tercer tópico, una tercera estrategia de las derechas globales: el del escándalo. El escándalo como estrategia de visibilización de personajes que no tienen suficiente conocimiento público. Al no tener tanta visibilidad pública, el escándalo se las provee. Pienso en la senadora colombiana Paloma Valencia y otras mujeres del Partido Centro Democrático que tienen dichos y conductas tan absolutamente escandalosas que, si existiera una mínima ley de la protección de los D.D.H.H. serían inadmisibles. Pienso también en los dichos de odio de Elisa Carrió en Argentina, que no obstante le permitieron hacerse durante más de diez años al cargo de Diputada de la Nación.
Sin embargo, no creo que tengamos que tomarnos tan en serio y tan literal todo lo que estas mujeres de las derechas expresan como si fueran parte de una agenda política porque muchos de estos dichos escandalosos me parece que tiene solo esa finalidad: llamar la atención. Después cuando sean gobierno, seguramente ese mensaje tan duro tendrá que moderarse, porque es absolutamente insostenible en términos de gobernar con otros y para otros. Pero sí me parece que es un modo de comunicación política que se está extendiendo, que le debe una buena parte de su herencia a Donald Trump, del escándalo, del decir cualquier cosa y llamar la atención, y que esto se viralice. Eso también tiene que ver con una necesidad de capturar la atención en una economía en la que los ciudadanos están dispersos en demasiados temas y no están interesados tampoco en la política. Ahora, lo terrible es qué parte de ese escándalo después logra traducirse en una política cuando son gobierno, y como en todo caso, los discursos no son inocuos, volviendo a la pregunta por negacionismo, los discursos tienen efectos, los discursos generan emociones, transforman conductas, motivan acciones. Tomarlo como meras palabras es tan o más peligroso que tomarlos literalmente como una agenda de política pública de parte de quien los dice.
Creo, finalmente, que hay un tema sin resolver ni en la derecha ni en la izquierda, y es que efectivamente no existe la vocación de una transformación profunda del orden del género. Me parece que adolecen igualmente tanto los partidos de derecha como los de izquierda de una necesidad de superar la idea de la política basada en la competencia, en la disputa, en la que la vocería está en manos de los varones, en modos de vincularse que son estrictamente patriarcales. Por ello, la pregunta es sí desde el feminismo vamos a apostar por ir colonizando, ir desembarcando en esos espacios políticos para transformarlos. De ir ingresando en los concejos directivos de las facultades y seguir armando células feministas que vayan minando de a poco esos espacios; porque de lo contrario vamos a estar siempre en un discurso autorreferente y que escuchamos las mismas de siempre.
TM: Ahora que Paola hablaba sobre el escándalo, recordamos a María Fernanda Cabal en Colombia y a Elisa Carrió en Argentina que se hacen visibles a través de los temas escandalosos que plantean y que proponen. Observándolas a ellas queda claro que la ampliación de los cupos en la participación política no implica una profundización en las políticas de género. Hay dos cosas que me parecen importantes. La primera tiene que ver con otras figuras femeninas que en Argentina ha sido muy particular dentro de las derechas que es la de María Eugenia Vidal. Me parece que es una figura clave porque es la imagen de “niña bonita” que sonríe y que es “bien vista”, pero que defiende políticas muy conservadoras y, en Colombia una figura femenina que está tomando mucha relevancia es la alcaldesa de Bogotá, Claudia López. Ella es una mujer muy difícil de entender; ¿cómo entender sus políticas de género y su política de seguridad? Además, ella ha tenido que visibilizarse como la mujer fuerte, que alza la voz.
Por otro lado, nos parece que también es muy importante el tema de la academia. Nosotras hacemos parte también de esas academias, pero dentro de estas no se estudian las mujeres de las derechas. Entonces, nos preguntamos ¿por qué no hay más estudios sobre las mujeres de las derechas, de las nuevas derechas? En esa medida, pensábamos que está relacionado con ver solamente a las izquierdas como algo más avanzado cuando todas las formas de violencia, de opresión y de discriminación pasan en cualquier tinte político que se tenga o, de repente desde las derechas podría ser donde prevalezca su visibilización en lo superficial.
VG: Respecto de María Eugenia Vidal recuerdo el título de un texto antiquísimo de Waldo Ansaldi con el que me inicie discutiéndolo en el campo de la sociología histórica; en ese texto él aborda el tema de la dominación oligárquica: “Mano de hierro en guante de seda”. Ahí hay un estilo de dominación oligárquica que creo es el que corresponde a figuras políticas como María Eugenia Vidal. Mientras que Patricia Bullrich, Elisa Carrió y las que nombramos hasta ahora se inscriben en otros estilos políticos. Por eso también es importante poder clasificar estos estilos políticos e incluir la perspectiva de género en las reflexiones que hacen a sus formas de pensar lo social y lo político. Debemos inscribir la perspectiva de género en la Historia ampliamente, no caer en la trampa de hacer historias separadas, como si la figura de María Eugenia Vidal y su forma de expresión política no tuviera nada que ver con la historia de la dominación oligárquica en América Latina.
Con respecto a por qué hay pocos estudios en la academia sobre las mujeres de la derecha, la verdad es que no me lo había preguntado; sé que hay pocos, pero no me lo había preguntado. Pienso que se anuda con lo anterior, es que hay una dificultad para pensar autocríticamente las formas de reproducción del statu quo que como sujetos feministas o militantes de la diversidad sexual estamos fomentando con nuestras prácticas. Esa visión crítica, de la autocrítica, que es muy difícil en todos los ámbitos, creo que es lo que nos lleva a que estas figuras de las mujeres de las derechas queden en el tintero. Necesitamos pensar más profundamente cómo ejercemos el poder las mujeres sobre las mujeres. El estereotipo eclesial de la Madre Superiora, el estereotipo de la Carcelera, que aparece en las telenovelas, culturalmente es muy poderoso. La dama de hierro, Margaret Thatcher viene a representar esto. Pero damas de hierro hay en todas partes, no es solamente un apelativo que le cabe a las mujeres de las derechas. Entonces, la pregunta es ¿cómo ejercemos el poder? Y creo que esta pregunta aplicada al propio campo feminista nos puede llevar a descubrir algunas expresiones muy liberadoras. ¿Cómo ejercemos el poder quienes estamos ejerciendo programáticamente una agenda de ampliación de derechos? y, ¿cómo lo ejercemos hacia adentro? Creo que ahí está la clave.
PR: Yendo a la pregunta por la alcaldesa de Bogotá Claudia López, creo que fuimos muchas las personas que pusimos alguna esperanza en su gestión por su lugar de confrontación abierta al uribismo. Pero ser contrario al uribismo no es lo mismo que ser de izquierda. Claudia López se ubica en una posición de centro, que es un lugar estratégico en Colombia, donde nadie quiere llamarse de izquierda, por la asociación que esto suele tener con las guerrillas. Claudia López fue una candidata que en su momento se presentó como independiente o de centro, como otra serie de fuerzas políticas junto al Partido Verde que no tienen la valentía de llamarse de izquierda, porque en Colombia no podés llamarte de izquierda. Entonces, te llamas de centro, independiente, moderado. ¿Qué ocurre? Que muchas personas tenían en expectativas cifradas en ella, en tanto se presentaba como una alternativa al gobierno nacional del ultraderechista Iván Duque. Sin embargo, al observar las alianzas políticas que hizo Claudia López en el pasado, vemos que proviene de una derecha tecnocrática, neoliberal, endeudadora, antiecológica: la de Enrique Peñalosa, ex alcalde de Bogotá. Hay otra serie de rasgos o de marcas en el cuerpo de Claudia López que la hacían ver como progresista; fundamentalmente que fuera mujer y que fuera lesbiana. La lección que podemos extraer es que para denominar a una fuerza como progresista hay que tener una mirada interseccional: no basta con que sea lesbiana o que tenga determinada visión sobre el género para que sea progresista, hay que ver cuál es su posición de clase, si tiene o no una mirada racista o xenófoba, etc.
La mirada transversal de género, raza y clase, es muy importante para analizar el caso de Pedro Castillo en Perú, un presidente al que se lo ubica en la izquierda, pero no por ello es progresista. Si se hace una mirada interseccional nos podemos dar cuenta que él tiene una mirada profundamente arraigada en los valores andinos, más tradicionales, conservadores y patriarcales. Entonces, lo que nos pasó con Claudia López fue eso. Que nosotros compramos como progresismo algo que era apenas una marca de su cuerpo, que era ser mujer y ser lesbiana. Tardamos en preguntamos cuál era su perspectiva respecto a las políticas redistributivas, al manejo de las políticas sociales, si tenía o no una política de seguridad con enfoque democrático y de derechos humanos o un enfoque punitivista y represor. Esas son cosas que no pensamos en un comienzo. Lo que ha ocurrido durante su gobierno es que hemos visto que su posición de centro fue corriéndose hacia la derecha y mostrando una gestión clasista, sexista y xenófoba que prefiere recuperar el orden a través de la represión que del diálogo y el respeto de los derechos.
También hay que pensar, por qué a veces olvidamos considerar las estructuras sociales para pensar la política únicamente en función de las voluntades individuales de estos actores. Hubo un hecho estructural muy importante que les corrió la agenda a Claudia López: la pandemia, que fue el escenario de una oleada de protestas sociales que venían inoculándose hace años. La pandemia profundizó esas contradicciones y ese malestar social y estalló en las calles; sumado al hecho de que efectivamente hay unos sectores oscuros de ultraderecha que han sabido aprovechar este malestar social para introducir grupos que vandalizan y amenazan para generar zozobra entre los bogotanos. Una estrategia recurrente de la derecha es alimentar el miedo, atizar el odio y capitalizar estas emociones absolutamente irreductibles a la experiencia racional.
Mirando los diarios y las redes sociales, me parece que Claudia López lo que hizo fue responder a lo que ella pensó que era el sentir popular. El sentir popular desde su diagnóstico era la existencia del miedo; la gente tenía miedo. Entonces, ¿qué esperan de su alcaldesa?; esperan represión, esperan punición, esperan militarización. Ahora, ya se fue para el otro extremo. Claudia López llegó a proponer una ley para la creación de un comando anti migrante; se nos volvió Trump. Esta propuesta estaba fundada en el supuesto de que los vándalos que operaron en el paro nacional eran, en su mayoría, ciudadanos venezolanos. Entonces, un comando anti migrante sería la solución para que la ciudad de Bogotá no sea destruida y devastada. Ahora, fíjense cómo junto a esa imagen fuerte, de la mano dura vimos a una Claudia López llorando por los daños de la infraestructura pública generada por las protestas. Es decir, apeló a uno de los recursos histriónicos más “femeninos” que son las lágrimas: “me destrozaron Bogotá, me destrozaron las estaciones de Transmilenio”. En su momento, Angela Merkel salió a llorar pidiéndole a las personas en Alemania que por favor se cuiden, que por favor se guarden. A dónde voy con todo esto. A que efectivamente lo que puede llegar a estar bueno es que, primero, reconozcamos que el ámbito de las emociones es fundamental en política. Tan fundamental es, que pareciera que todas las estrategias de comunicación apuntan a la emoción política predominante. Si para los hacedores de estos mecanismos de comunicación el sentimiento predominante es el miedo; la comunicación política irá hacia ese lugar, pero si por el contrario es una sensación de desamparo, aquí vienen las lágrimas, la mujer que cuida. Esas lágrimas de Claudia López también eran de decepción, de la madre decepcionada porque su hijo ha cometido una falta. Le rompieron el corazón a Claudia López porque destruyeron Transmilenio. Pero esa misma Claudia López no tiene el prurito de decir comando anti migrante para perseguir venezolanos.
Además, eso ocurre al mismo tiempo que, y aquí vuelvo a la idea de maternidad que señalaba Verónica, puesto que en el momento de mayor impopularidad política de Claudia López aparece la noticia de que va a ser madre junto con su compañera Angélica Lozano. Después de años luchando por ser madres, por fin lo logran. Eso nos llena de gozo a todos los que pensamos en las familias no heteronormadas. En plena pandemia y en plena restricción en la que la gente en Colombia estaba encerrada y se estaba quedando sin con qué comer porque el grado de informalidad laboral es superior al 60 por ciento, nuestra alcaldesa se va de vacaciones fuera del país con su esposa. Cuando se conoce que esto ocurrió, que en medio del desorden que había en Colombia, de las personas que no tenían qué comer por cuidarse de la pandemia, Claudia López se va de vacaciones y regresan con la noticia de que perdieron su bebé. No quiero decir que perdieron el bebé a propósito; lo que quiero decir es que están muy corridos los márgenes del discurso público político y la vida privada de las personas que hace pública y entra a la política.
Esa indistinción de límites hace que, en una crisis política por una mala gestión, por errores flagrantes, por dejar de ser un ejemplo y un referente para la sociedad, los políticos apelen a los golpes bajos, mostrando los infortunios de su vida privada para eximirse de su responsabilidad política. Quienes diseñan las estrategias de comunicación de nuestros representantes en política, abonan a esa confusión entre los ciudadanos, que ya no saben si juzgar a nuestros políticos como individuos privados o como funcionarios con un mandato social, político y público.
[i] El Partido Comunista del Perú conocido como Sendero Luminoso fue una organización armada que inició una guerra contra el Estado peruano el 18 de mayo de 1980.
[ii] Interrupción Voluntaria del Embarazo
Trenzar Memorias, No. 2, Noviembre, 2021