Por Fabiana Rivas Monje*, Malena Zunino Folle**
Este escrito es a dos voces y cuatro manos. Una de nosotras, nacida en Uruguay, la otra en Chile: en el período postdictatorial, con madres que se criaron, vivieron y lucharon las dictaduras, con experiencias familiares y vínculos con la memoria. Así, recalcamos, es un escrito senti-pensado desde posicionamientos político-metodológico, comprometido y feminista: entre-mujeres (Gutiérrez, Sosa y Reyes 2018), entre amigas y compañeras, que enlazan nuestros deseos íntimos y colectivos, -los deseos de cambiarlo todo- (Gago 2019). Tomamos como herramienta lo que Yuderkys Espinosa (2019) denomina “genealogía de la experiencia”. Es a partir de nuestras propias experiencias vitales y memorias como documentos sustanciales, desde donde sentimos y escribimos. Creemos que hay cuestiones que trascienden los archivos físicos/digitales, y que tienen que ver con el ejercicio sistemático de fijar en los recuerdos, conscientemente, memorias de afectos, imágenes, sentimientos, palabras dichas y silencios, análisis compartidos, reflexiones políticas de encuentros con amigas (Espinosa 2019), como fuentes válidas en la producción de conocimientos. También, retomamos lo planteado por Gutiérrez, Sosa y Reyes (2018), sobre cómo la genealogía entre varones se encuentra signada por quién ocupará el lugar simbólico del “padre” y funge como “jefe”; en tanto la genealogía entre mujeres, remite al hacerse cargo de la creación individual y colectiva que garantiza la continuidad de la vida. Poner el acento sobre la vida en el centro de lo discursivo y del accionar concreto y materializado en prácticas-otras entre nosotras.
Reconocemos como eje sustancial de la modernidad/colonialidad la traducción del conocimiento en relaciones de poder-saber, colonialidad que continúa imperando en las academias latinoamericanas. Nos enseñan en las aulas de la educación formal, que el único conocimiento válido es aquel producido mediante el método y la racionalidad tecno- científica de occidente: la violencia epistémica y la dependencia académica se sostienen. La oralidad, la conversación y trasmisión de saberes -subvalorados por asociarse a lo femenino, y a las culturas subalternas indígenas, negras, campesinas-, no obstante, nos permiten situarnos en una forma de conocimiento alterno al hegemónico-positivista-occidental y masculinista, con el objeto de utilizar recursos que nos levanten de la marginación en la construcción de conocimiento, memoria e historia.
Es necesario, para nosotras como mujeres latinoamericanas, trazar la ruta hacia análisis imbricados de la opresión -sexo/género, raza, clase y sexualidad- de la mano de una mirada atenta a los complejos hilos de nuestra historia y memoria. De esta forma, asumimos un compromiso con el conocimiento situado (Haraway 1995) y comprometido corporal-y- políticamente, donde se reconozca que las epistemes también se construyen desde la experiencia vital de las memorias íntimas y colectivas. reconociendo que este refleja realidades y epistemes nutridas de nuestras propias experiencias vitales e históricas, entrelazadas a nuestras memorias, íntimas y colectivas. Así, nos reconocemos atravesadas por la herencia de nuestros linajes y las memorias del dolor y la resistencia de la historia dictatorial que asoló los territorios que habitamos. Hijas-de-madres que fueron hijas-de-las-dictaduras, tenemos el derecho a investigar, y hablar sobre las memorias dictatoriales desde la dialogía intergeneracional que nos implica y nos constituye (Cruz, Reyes y Cornejo 2012).
Con el retorno a la democracia, los relatos sobre las dictaduras quedaron obliterados a lógicas coincidentes con los de la gesta heroica masculina, donde los varones aparecían como los únicos protagonistas legítimos -y legitimados-. En contrapartida, los discursos y memorias no-institucionales, subversivas y cuestionadoras de aquellos grandes relatos de la Historia (Trebisacce 2011), quedaron relegadas a los márgenes.
Sin embargo, a fines del siglo XX y comienzos del XXI, la categoría de género se incorporó a los estudios de las dictaduras del Cono Sur, y posibilitaron nuevos problemas de estudio a lo largo y ancho de la región. La inclusión de las memorias de las mujeres y/o con enfoque de género, no sólo dio cuenta de una manera determinada de recordar, también echó luz a los impactos y castigos que recayeron sobre los cuerpos femeninos, así como de resistencias engenerizadas.
Respecto a los impactos y castigos, estas lecturas habilitaron miradas que permitieron dar cuenta que las dictaduras del Cono Sur, amparadas bajo la teoría de la Doctrina de Seguridad Nacional, erigieron procesos de reconstrucción nacional bajo directrices de un “Estado viril” (Funes 2017). Desde ahí, su consecución se efectuó mediante instituciones masculinas y patriarcales que buscaron imponer un orden en que la concepción de familia patriarcal fue literalmente impuesta (Jelin 2002).
Las Fuerzas Armadas, junto a la impune complicidad institucional y civil, orientaron la sistematización de castigos y crímenes engenerizados sobre las mujeres a través de formas particulares de violencia sexual y de género. Sobre ellas recayeron dobles castigos por la “doble transgresión cometida”; se les castigaba por subversivas y por ir en contra de los mandatos heteropatriarcales, es decir, por salirse de los espacios de acción reservados para sus cuerpos. Bajo estos entendidos, las lógicas engenerizadas de las dictaduras del Cono Sur supusieron la puesta en práctica de mecanismos mucho más sutiles para “recordarle” a las mujeres su “verdadero lugar” (Brazuna 2010).
Para el caso de Chile, la tortura sexual como manifestación de la violencia sexual hacia mujeres y cuerpos feminizados, fue recién reconocida oficialmente en 2004, con el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, “Informe Valech”, donde se recogen 3.399 testimonios de mujeres sobrevivientes a la dictadura de Pinochet (1973-1990). En Uruguay, fue en 2011 cuando un grupo de 28 mujeres ex-presas políticas durante la dictadura cívico militar, presentaron una denuncia colectiva ante la Justicia por la violencia sexual cometida durante el régimen (1973-1985). Por primera vez en la historia del país, se diferenció explícitamente la tortura de la violencia sexual, realizándose denuncias en donde fueron acusados más de un centenar de militares y civiles.
Durante la construcción de este escrito reconocimos una serie de dimensiones identificables con las luchas y resistencias de mujeres en las dictaduras chilenas y uruguayas: dimensiones amplias de lo que hemos denominado “momentos feministas” 1. Nos focalizamos en dos de ellas, puesto que permiten poner de realce los cuestionamientos en torno a la vida; cómo ponerla y cómo se ha situado en el centro de nuestra historia por medio de la sostenibilidad de la vida/agrupaciones de subsistencia y las organizaciones de Derechos Humanos.
Los efectos de la dictadura en la población chilena abarcan un amplio y profundo espectro, desde lo íntimo hasta la imposición de un nuevo modelo socioeconómico que atraviesa lo político y lo cultural, el cual transforma al país en cuna del neoliberalismo y sus designios de opresión, consumismo, desigualdad y muerte. En plena época dictatorial, el auge del desempleo, la pobreza y la marginación hacia los grupos más excluidos fue sistemático: la dictadura destruyó el tejido social. No obstante, una de las respuestas, ante la aniquilación de la vida, fue la vida misma defendiéndose, y sobreviviendo. Aparecieron estrategias de sobrevivencia a través de las llamadas Organizaciones Económicas Populares (OEP), desplegadas en ollas comunes, distribución de productos caseros, pequeños cultivos y prácticas de solidaridad, impartición de talleres de oficios y reparto de productos de primera necesidad en las poblaciones y tomas de terreno, transformando el hambre, la violencia y exclusión en oportunidades de solidaridad y organización colectiva. Estas organizaciones de supervivencia espontánea reflejaron la situación generalizada en el país constituyéndose en un mecanismo de regeneración (Maravall 2008). Fueron las mujeres de las poblas, las empobrecidas, marginadas, abuelas, madres, tías, hijas, quienes levantaron estas prácticas políticas en condiciones de extrema muerte y represión.
Otro caso lo constituyen las arpilleristas chilenas, quienes desde 1974 con apoyo de la Vicaría de la Solidaridad, inician una experiencia de denuncia e interpelación política hacia la sociedad (Sastre 2011), tomando lo textil como materialidad de denuncia, resistencia y lucha por verdad, memoria y justicia. El grupo lo componían mujeres afectadas por el terrorismo de estado, la detención y desaparición forzada de sus familiares.
Al otro lado de la cordillera, el golpe de estado cristalizó la producción de una cultura del miedo, una maquinaria del terror (Alonso y Larrobla 2009). El Estado hizo uso indiscriminado de su fuerza, con métodos como la prisión masiva y prolongada y robustos dispositivos de vigilancia social. La subordinación de la población ante la sospecha de la subversión, y la cotidianidad controlada, trastocó todas las prácticas de la existencia. El terror-horror produjo un desplazamiento hacia espacios privados y un repliegue a los escenarios familiares y locales, que -no exentos de vigilancia- habilitaron potentes líneas de fuga, reproduciendo prácticas contestatarias. Las mujeres, alimentadas por sus saberes y conocimientos situados sobre sus territorialidades, accionaron protagónicamente a través de
la transmisión y comunicación en sus hogares, en las cárceles donde visitaban familiares, en barrios, almacenes, con compañeras y maestras de sus hijes. Es así que estos espacios se convirtieron en lugares privilegiados para efectuar auténticas estrategias de resistencia, junto a la incorporación de nuevas sublevaciones: apagones, caceroleos y jornadas de no compra de bienes y servicios (Torterolo 2011).
Al igual que en Chile, uno de los claros ejemplos del diálogo entre la vida cotidiana femenina y los reclamos-estrategias, fueron las ollas y merenderos populares. Estos emergieron como espacios de organización social y aglutinación de las mujeres en torno a problemas concretos de la esfera pública-destructora: la recuperación de los medios de subsistencia y los problemas alimentarios, y los trasladaron a la esfera colectiva, donde latían reivindicaciones de dignidad y democracia.
Estas organizaciones sociales femeninas que (re)surgieron durante la dictadura, fueron extremadamente diversas, organizaciones barriales de amas de casa principalmente en zonas urbanas periféricas; nucleadas en torno a las cooperativas de viviendas o sindicatos (Prates y Rodríguez Villamil 1985, 172-174).
La resistencia a la dictadura también se organizó en torno a la denuncia por las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos. En Chile, destacan la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos AFDD, y la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos AFEP, organizadas principalmente por mujeres vinculadas a las víctimas. Encadenadas al Palacio de Justicia, realizando huelgas de hambre, encontrándose en el centro con la foto de sus desaparecidos en el pecho, las mujeres instalaron en la calle la experiencia-denuncia de violación de los DDHH: lo ético se transformó en una acción colectiva que dio paso a una lucha orgánica y sostenida en el terreno de los DDHH (Montecino 1997). Se levantaba una cultura por y en defensa de la vida, en contraste a la imposición de la cultura de la muerte (Hiner 2015).
Las mujeres uruguayas también se configuraron como la columna vertebral de las organizaciones de Derechos Humanos, confirman que los símbolos del dolor y el sufrimiento personalizados tienden a corporizarse en las mujeres (Jelin 2002). A pesar del terror que operaba como paralizador, salieron en aras de conocer el paradero de sus hijes y familiares desaparecides. A la vez que cada madre asumía la representación de su interés particular, personificaba los intereses colectivos de todas (Serpaj 1989, 196), demandas singulares se entretejieron con colectivas: “Todos son nuestros hijos. No sólo el nuestro”.
Entre estas destaca Madres de Uruguayos Desaparecidos en Argentina, cuyos hijes fueron secuestrados en el marco del Plan Cóndor. Ellas realizaron gestiones en Buenos Aires y establecieron redes de contacto y sostén con Madres de Plaza de Mayo. La misma colectiva luego se organizó con Agrupación de Familiares de Uruguayos Desaparecidos AFUDE y Familiares de Desaparecidos en Uruguay para dar origen a una única organización: Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, consolidada en 1983 y aún activa. Otras organizaciones como Madres y Familiares de procesados por la Justicia Militar, Familiares de Desaparecidos y Familiares de Exiliados también surgen por esta época con una significativa presencia femenina.
El accionar político también se plasmó en espacios académicos, estudiantiles, sindicales, y entre compañeras que retornaban del exilio y traían experiencias de mujeres de otras tierras (Ruiz 2014). Su perseverante accionar fue clave en la transición democrática y durante los años de hermetismo posteriores, manteniendo activa la estrategia de ocupar la calle para hacer oír sus reclamos.
Tanto en el caso de las agrupaciones de subsistencia como de DDHH, las mujeres fueron acumulando experiencias, compartiendo sentires y afectos donde lo político se halla presente (Medina 2019), habiendo una formación práctica, intelectual, social y política en su participación.
La memoria permite dar textura a la historia. Recuperarla, es dotar de sentido histórico y político nuestros presentes. Cómo gestionamos la memoria desde un punto de vista y accionar situado y comprometido, es el desafío, por lo que apostamos por la labor que mujeres activistas, luchadoras, intelectuales y depositarias vivas de la experiencia de la violencia dictatorial vienen realizando: la memoria es política, es espacio de potencialidades, resonancias, agencias y alternativas a los regímenes de muerte que impone el sistema capitalismo/colonialismo/patriarcado; frente a la muerte ponemos la vida en el centro, como lo hicieron nuestras ancestras.
En estas líneas reafirmamos la necesidad de reparación histórica de las mujeres que fueron objeto de los crímenes más atroces en los oscuros episodios de nuestras historias nacionales y regionales, aún no zanjados. Ante el embate del olvido y la impunidad del “presentismo” (Traverso 2019) creemos que las memorias feministas acarrean potentes implicancias sobre la memoria colectiva y social. Subyacen en ellas mecanismos que tensionan el continuum de despojo y de violencia patriarcal, de mercado institucional, que no ha cesado con las aperturas democráticas. Justamente, los feminismos en alianza con una lectura comprometida políticamente de la historia, nos posibilitan actualizar la memoria.
No es posible comprender la potencia feminista que se ha gestado en América Latina sin mirar el “pasado” de los momentos feministas, sin reconocer el linaje de las luchas, la continuidad de las consignas. Revisitarlos, supone exceder las temporalidades y reivindicar la solidaridad inherente a estas historias de resistencia, que nos recuerdan las luchas concatenadas, transgeneracionales y transregionales.
El movimiento Ni una Menos en 2015, y la lucha por la despenalización del aborto en Argentina, las tomas y movilizaciones del mayo feminista en Chile de 2018, la performance “Un violador en tu camino” en el marco del levantamiento popular chileno de octubre de 2019, las Huelgas Feministas en Uruguay y Argentina del 8-M del 2017 en adelante, y hoy, en el momento de pandemia y crisis socio-sanitaria, la multiplicación de ollas comunes/populares organizadas por mujeres en todo el continente, son resultado de un camino que sembraron otras, -antes que nosotras-. Recuperar las genealogías negadas e invisibilizadas de las luchas, implica desafiar la Historia con mayúscula e incorporar la pluralidad de experiencias en aras de una memoria colectiva, jamás inacabada.
Despatriarcalizar la memoria y organizar las experiencias desde y entre-mujeres, comprometidas y situadas políticamente, nos permite pensar-crear herramientas para destruir la casa del amo con armas que no sean las del amo (Lorde 1998). Y, en estas luchas que hoy nos atañen, la reconstrucción de la memoria viva, como huella, como cicatriz que nos atraviesa el cuerpo, nos permite tejer y bordar con colores de subversión otros- presentes-posibles.
Alonso, Jimena y Carla Larrobla. “Entre el miedo y la resistencia. Dictadura y control social. Uruguay 1973- 1985”. En XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche, 2009.
Brazuna, Andrea. “Cómo ser mujer (oriental) y no morir en el intento, Uruguay, 1975: entre el Año Internacional de la Mujer y el ‘Año de la Orientalidad’”. En Hilvanando historias mujeres y políticas en el pasado reciente latinoamericano. Compilado por Andrea Andújar, Débora D’Antonio, Karin Grammático y María Laura Rosa, 113-126. Buenos Aires: Luxemburgo, 2010.
* Este artículo es producto de una versión más amplia, publicada previamente en el blog del Aula Virtual de Fundación Los Comunes, titulado “Momentos feministas en las dictaduras de Chile y Uruguay, y sus legados, para pensar hoy “la vida en el centro” (2021). Al presente, continuamos trabajando la propuesta de los momentos feministas en las dictaduras del cono sur, para generar próximas aportaciones en el campo de la memoria y los feminismos.
1 A saber: la reproducción y sostenibilidad de la vida; la resistencia tras las rejas de presas políticas; agrupaciones de DDHH, familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos; prácticas e intervenciones artístico-políticas; mujeres en armas y militantes; ciencia y academia; mujeres en el exilio; organizaciones de mujeres, y articulación transfronteriza.
Trenzar Memorias, No. 2, Noviembre, 2021
*Costurera, feminista decolonial. Socióloga de la Universidad de La Frontera. Postítulo en Teorías de género, desarrollo y políticas públicas (CIEG-U. Chile), diplomada en Pensamiento andino y Feminismo descolonial (GLEFAS-IDECA). Integrante de NUSUR, núcleo sur-sur de estudios poscoloniales, performance, identidades afrodiasporicas y feminismos (UNSAM, Argentina), y del Museo de las Mujeres de Chile. Magíster (e) en Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA). Docente en DIFEM, Universidad de La Frontera, carrera de Antropología en Universidad Alberto Hurtado, Universidad Abierta de Recoleta, y en el Diplomado de Género y Violencia de la Universidad de Chile. fabiana.rivas.monje@gmail.com
**Socióloga, feminista y latinoamericanista. Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Integrante del Grupo de Trabajo Violencias, políticas de seguridad y resistencias (Grupo de Trabajo CLACSO). Magíster (e) en Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA). Docente del Instituto de la Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República), integrante del grupo: La educación (sexual) en disputa: un análisis del campo educativo como escenario de luchas por los derechos de género en Uruguay. malenazunino@gmail.com