Waldo Ansaldi, testigo de su tiempo latinoamericano

Por Trenzar Memorias

Waldo Ansaldi

Trenzar Memorias: Queríamos empezar preguntándole por el año 1968. Algunos autores plantean que ese momento incidió para instalar un contenido anti imperialista, anti autoritario, anti capitalista y con un particular matiz para una América Latina recién sacudida por la muerte del Che Guevara. Entonces, quisiéramos conocer ¿Cuál es su mirada acerca de esa época? En especial, de su experiencia más personal sobre cómo vivió ese momento.

Waldo Ansaldi: Yo diría que más que el 68, el 60; cuando el impacto de la Revolución Cubana era muy fuerte, y sobre todo en el 61, cuando la Revolución proclama su carácter socialista. Eso, además, conexo con la estrategia del gobierno revolucionario de procurar evitar la experiencia soviética de construcción del socialismo en un solo país. Entonces, la idea, como decía Fidel, hacer de los Andes la Sierra Maestra de América Latina. Es decir, lo que la propaganda contra revolucionaria llamó: «la exportación de la revolución». De hecho, la Revolución Cubana fue el gran parteaguas en la historia latinoamericana del siglo XX. Y mucho más cuando se interconectó con ese fuerte y solidario apoyo con las luchas de liberación nacional en África, que le dio a la revolución un contenido internacionalista, que recogía lo mejor de la vieja tradición o de la tradición originaria del socialismo, en su sentido más amplio, incluyendo los posteriores movimientos comunistas; pero digamos “socialismo”, que era la palabra que compendiaba y condensaba todas esas experiencias.

Pero también quienes han estudiado los procesos históricos de larga duración, articulando las relaciones entre economía, sociedad y política, advirtieron que -al menos para quienes trabajaban en una perspectiva marxista o desde el  materialismo histórico- hay un dato estructural permanente, que es la lucha de clases. Pero esa cosa cotidiana que es la lucha de clases, difiere de la guerra de clases. La guerra de clases se produce en momentos muy especiales de la historia, por lo menos de la historia del capitalismo. Y puede tener, si se produce – en un contexto de situación revolucionaria- un resultado o desenlace revolucionario. En realidad, en la historia hay muchísimas situaciones revolucionarias y pocos desenlaces revolucionarios.

La mayor parte de esos desenlaces se produjeron, precisamente, en el siglo XX. Casualmente, algunos estudiosos de las revoluciones han llamado al siglo XX «el siglo de las revoluciones». América Latina tuvo cuatro: la mexicana, la guatemalteca, la boliviana, y la cubana; aunque con distintos resultados. Pero la cubana estaba casi solapándose con la guatemalteca, que culminó en 1954. La revolución boliviana comenzó en 1952 y terminó abruptamente con el golpe de 1964. Solo que la cubana tenía como principal distintivo un grado de radicalismo mucho mayor que las experiencias anteriores. En el lenguaje de aquellos años, esto era caracterizado como «Revoluciones Democrático Burguesas»; mientras que en realidad lo que procuraban era superar las situaciones estructuralmente pre capitalistas, y avanzar en este último, para crear las condiciones que después hicieron posible la Revolución Socialista. Esta es la estrategia del Partido Comunista Soviético, del estalinismo particularmente, con su idea de reforzar la construcción del socialismo en un solo país, y dejar a la deriva los procesos y proyectos de otros países. En síntesis, la década del sesenta fue, justamente, una década de intensificación de la conflictividad social o de la lucha de clases. Junto como la de los veinte, dos décadas en las cuales esa intensificación fue particularmente notable.

Por otra parte, la de los sesenta fue una década de formidables innovaciones. En el siglo XX hubo dos décadas fundamentales en materia de transformaciones societales a escala planetaria: la del sesenta y la de los veinte, más aquélla que ésta. La de los veinte, inmediatamente posterior al final de la Primera Guerra Mundial; la de los sesenta un poco más larga, puesto que la guerra terminó en el 45, pero en el contexto de la Guerra Fría, que era la continuidad de la Segunda Guerra Mundial resignificada. Pero si uno piensa, en los 60 era la llegada del hombre a la luna, la minifalda, la píldora anti conceptiva, el LSD, las comunidades hippies, los Beatles. Y en otro plano, la Primavera de Praga, Tlatelolco, el Mayo Francés, el Cordobazo. Niveles de efervescencia social que acompañaban procesos de transformación en la vida cotidiana. Habría que vivir esa década para poder mensurar la magnitud de las transformaciones que se producían. La maravillosa aparición de la minifalda, por ejemplo, cambió fuertemente la percepción, no solo del modo de vestir de las mujeres, sino que esto iba acompañado de niveles de liberación sexual muy amplios, al menos contrastando con el período anterior.

No se hablaba todavía, en esa época, de poliamor, pero la idea de amor libre estaba fuertemente instalada. Las comunidades hippies, en realidad son las predecesoras, en algún sentido, del poliamor de nuestros días. Para los que en ese entonces éramos jóvenes, era claramente lo que perseguíamos en la ruptura con nuestros padres. No tanto en mi caso, porque yo vengo de una familia de tradición socialista con apertura más amplia en muchos terrenos. Pero también eran hombres y mujeres, presas de una serie de convencionalismos, que se arrastraban de larga data. Como decía Fernand Braudel: «las mentalidades son cárceles de larga duración». Entonces, cuesta romper con las mentalidades y, en ese sentido, los 60 rompieron brutalmente con una serie de cuestiones. La salida del hombre al espacio, tanto el célebre viaje de Yuri Gagarin y su sarcástico comentario al regresar a tierra, de que no había visto a Dios en su vuelta a la Tierra. Claro, era muy fuerte el impacto.

[Permítanme una digresión de carácter puramente personal. Yo vi la llegada del hombre a la luna por televisión, obviamente, junto a mi abuela, que era una mujer que por ese entonces tenía 80 años. Y decía que eso no era cierto, que era una película, que era una ficción, que eso no estaba ocurriendo. Y como ella, mucha gente. Claro, para ella debe haber sido todavía tremendamente más impactante].

Nosotros, los de mi generación, y algunos un poco menos jóvenes, teníamos ya otra visión. La literatura y el cine, de algún modo, pre anunciaban un mundo donde el hombre salía del espacio terrestre, entonces resultaba familiar. Y si uno creía en el poderío de la ciencia, y en el desarrollo de la tecnología, esto era todavía mucho más evidente. Pero en todo caso, lo que quiero significar con este pequeño ejemplo, si se quiere doméstico, es que efectivamente hubo un sacudón brutal de las estructuras mentales en todo el mundo, acompañado de una intensificación de la conflictividad social, en contextos bien diferentes.

En Europa estaban todavía en una etapa de auge y expansión del Estado de Bienestar Social. En América Latina la cuestión era completamente diferente, porque las experiencias de Estado Protector o de Compromiso Social, es decir, las experiencias populistas de Cárdenas en México, Vargas en Brasil, Perón en Argentina, prácticamente estaban agotadas. Casualmente, el golpe contra Goulart, en 1964, terminó con la última experiencia, que no era ya populista en el sentido estricto de la palabra, pero que al menos conservaba buena parte de las banderas y demandas que Vargas había instalado en la sociedad brasileña. Entonces, sociedades en crisis que se traducían en una debilidad de las democracias formales. Nunca hubo en América Latina democracias en el sentido estricto de la palabra, solo mecanismos procedimentales, más o menos limpios, más o menos turbios, y por lo general, con la excepción de Uruguay y Costa Rica, con frecuentes interrupciones en su ejercicio.

Entonces, vivir situaciones de dictaduras no era nada inusual en América Latina, pero la gran innovación de los 60 fue la aparición de las dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas. Ya no el dictador tradicional, sobre el cual la novela histórica nos ha dejado excelentes formas de aproximación y comprensión, no el dictador autocrático, que normalmente era un militar, pero su dictadura no era una dictadura militar, aunque tuviera el apoyo de las fuerzas. En las de los 60 y 70, en cambio, son las Fuerzas Armadas las que asumen el poder, las que se atribuyen la prorrogativa de asignar quien va gobernar el país, entre otras características. Eso fue claro y tuvo un impacto muy fuerte. No casualmente las dos primeras se instalan en Guatemala, en 1963 y, en Brasil en 1964. La izquierda brasileña no tenía en ese momento un nivel de desarrollo tal que hiciera pensar en la inminencia de un desenlace revolucionario. Pero había una fuerte presencia de fuerzas de izquierda, entre la división del viejo partido comunista de Prestes, creado en 1922, que sufre la escisión de los llamados «pro chinos» o «maoístas».

Brasil fue importante en muchos sentidos, pero además para la historia brasileña, lo distintivo fue que, por primera vez en la historia del país, las Fuerzas Armadas asumían el gobierno. Hasta ese entonces, golpes de Estado militares había habido en Brasil, pero los militares habían depuesto al presidente de turno, e inmediatamente convocaban a elecciones. En su historia, Brasil tiene menos golpes militares que otros países latinoamericanos. Pero no dejó de tenerlos. Su característica principal es la renuencia de los militares a no ejercer directamente el gobierno y convocar inmediatamente a elecciones. Para muchos, esto es parte de la tradición de la formación ideológica de las Fuerzas Armadas filiadas en el positivismo de Comte, de subordinación del poder militar al poder civil. Para otros, hay razones que tienen que ver con la coyuntura internacional del momento.

Una cuestión de debate entre quienes han estudiado golpe militar en Brasil son las reglas para la sucesión presidencial, lo que es toda una novedad en el ejercicio de las dictaduras. Esta fue una característica especial, que no tuvo ninguna de las otras dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas, ni en Uruguay, ni en Argentina, ni en Bolivia.

Dictadura que se originaron en un contexto de exacerbación de la lucha de clases. En algunos casos por indicaciones puramente económicas, salariales o mejoras de las condiciones de vida. En otras, rechazo a las proscripciones políticas como en el caso de Argentina. La larga proscripción del peronismo, mayoritario dentro de la clase obrera, obviamente, constituía un estímulo a la conflictividad social.  Representaba por lo menos la mitad de la opción electoral del país, más allá de la proscripción, etc. Además, la aparición en el movimiento obrero argentino, de conducciones que surgían de la base, y esto fue muy notable, particularmente en Córdoba, que contrastaba fuertemente con la burocratización de la dirigencia sindical a nivel nacional. El célebre enfrentamiento entre Agustín Tosco, líder del sindicato de electricistas de Córdoba, expresión de este sindicalismo combativo de base, frente a Ignacio Rucci, metalúrgico de la Ciudad de Buenos Aires, que conducía la CGT nacional, partidario de la conciliación, de la negociación, de la condescendencia con el poder.

Además, porque en el golpe militar de 1966 buena parte de la cúpula sindical, de la dirección de la CGT, participó del acto de asunción del dictador. Esto generó, obviamente, fuertes resistencias en las bases. Todo eso se vinculaba, además, con la estrategia del general Perón, quien había buscado volver al país en 1964, tras un intento fallido porque la dictadura brasileña lo impidió. Perón viajó de Madrid a Buenos Aires con una escala en Río de Janeiro. Y cuando estaba en Río, el gobierno de la dictadura le impidió que continuará vuelo a Argentina, y lo fletaron de regreso a España. De modo que, eso también estaba vinculado a una de las mitologías creadas por la resistencia peronista:  la creencia de que después del 55, Perón iba a volver en un avión negro. ¿Por qué negro? No sé, pero era lo que circulaba. En todo caso, no había otra forma de volver al país. La navegación marítima ya prácticamente no existía.

1964 fue, en ese sentido, la evidencia empírica de que efectivamente Perón iba a regresar al país. En ese momento, Arturo Illia gobernaba Argentina; quien proveniente del radicalismo había ganado las elecciones en 1963 con la proscripción del peronismo. Illia trató de ser fiel a algunos principios del “viejo radicalismo”; el radicalismo hasta ese entonces. Digo “viejo” para compararlo con el actual, que prácticamente perdió todas sus banderas. El radicalismo histórico fue otra cosa. El de hoy es claramente una fuerza de derecha. El radicalismo histórico nunca fue una fuerza de izquierda, pero fue una fuerza que podríamos llamar «democrático burguesa», que expresaba básicamente a las clases medias urbanas, aunque tuvo un sector que representaba una fracción de la burguesía, el llamado «alvearismo».

De todos modos, un partido que en un lenguaje posterior se diría «progresista» o si ustedes quieren «reformista». Obviamente, un reformismo no como el de los movimientos socialistas, pero sí cercano a la social democracia europea. Quizás la expresión más alta de ese acercamiento fue Raúl Alfonsín, pero ya en un período tardío, cuando la posibilidad del Estado de Bienestar Social estaba prácticamente agotada. Pero tenía hombres, como Santiago del Castillo, un dirigente del radicalismo cordobés, que simpatizaba con la Revolución Cubana. No pretendía la Revolución Socialista en la Argentina, pero simpatizaba con esas medidas de transformación, que en beneficio de las grandes mayorías la Revolución estableció en sus primeros años. O sea, había un clima de efervescencia en todos los planos. En lo político, ideológico, social, cultural, económico. Toda la década era pura efervescencia. 

En el caso argentino se dieron bastantes particularidades. En el movimiento estudiantil tuvimos una discusión muy fuerte, dos discusiones muy fuertes. [Ustedes saben, el movimiento estudiantil argentino fue antiperonista, no fue en 1945, en 1946… lo fue durante todo el peronismo, y con posterioridad]. En Córdoba se dio una situación muy particular, fue la única ciudad del país donde la declamada y mentada unidad obrero estudiantil no era un eslogan, sino una realidad. Eso databa de la reforma universitaria de 1918. Entre 1945 o 1946 y 1955, hubo una fractura de esa unidad, pero se recompuso muy pronto, curiosamente. Si no recuerdo mal, en 1956 se retomaron líneas de contacto entre la dirigencia sindical y la dirigencia estudiantil universitaria.

Así las cosas, en 1962 la Federación Universitaria Argentina hizo uno de sus congresos periódicos, al que concurrían todas las Federaciones estudiantiles de las universidades públicas. En esas convenciones, congresos, entre otros espacios, siempre se discutía la coyuntura nacional. Terminadas las deliberaciones se emitía, por lo general, una declaración que sintetizaba los acuerdos que se habían alcanzado, la caracterización de la coyuntura. Pero en ese año, en el 62 no hubo un dictamen, sino dos; la diferencia estaba en cómo parte de la dirigencia estudiantil universitaria leía el movimiento obrero peronista. 

En uno de los dos dictámenes coincidió todo el sector afín al Partido Comunista -el Partido Comunista Argentino era muy estalinista, sobre todo en la etapa de Victorio Codovilla, personaje con una intervención realmente siniestra en la Guerra Civil Española- y los grupos del radicalismo, la Franja Morada, también anti peronista. Coincidieron en su caracterización negativa del peronismo, aunque no por las mismas razones.  El otro dictamen reunía las coincidencias de diferentes fuerzas de izquierda, como las de la llamada Izquierda Nacional, de filiación trotskista, cuyo referente máximo era Jorge Abelardo Ramos, que siempre había tenido una actitud de mayor apertura hacia el peronismo, y las de algún modo, algunos llamaban «la nueva izquierda», otros, izquierda castro guevarista, o cubanistas, entre otras designaciones, en todo caso, el sector del movimiento estudiantil más próximo a alinearse con las posiciones de la Revolución Cubana y, por extensión el plantearse la posibilidad de la Revolución Socialista en Argentina. 

Ese documento fue un parteaguas. De hecho, las agrupaciones reformistas, reformistas en el sentido que se decían continuadoras y tributarias de los principios de la Reforma Universitaria del 18, se fracturaron. Yo ingresé a la Universidad en 1962 a estudiar abogacía, y ahí había una agrupación, la Unión Reformista Universitaria, que congregaba a tutti quanti, salvo conservadores católicos. Antes de la fractura estaban los radicales, los comunistas, los de izquierda nacional, los de la izquierda no partidaria, los demoprogresistas. Se había fracturado antes de que yo ingresara. Una fracción, nucleó a la izquierda, digamos genéricamente, e incluso a algunos compañeros que pertenecían a la Juventud Peronistas. Esa fracción conservó el nombre original, que llamábamos por sus siglas, URU. La otra fracción se llamó Unión Reformista Universitaria Principista, en manos de Franja Morada. Y esto alimentó buena parte del debate, sobre todo porque la izquierda no comunista, la izquierda más alineada con la Revolución Cubana, empezó a tener una presencia activa muy fuerte en el ámbito universitario y también se tendieron lazos muy fuertes con el Movimiento Obrero.

[Permítanme una autoreferencia: cuando la CGT discutió en el año 64 un programa de resistencia, llamado de La Falda, convocó a la Federación Universitaria de Córdoba para colaborar con ellos en la preparación de los documentos. Yo fui delegado de la FUC a la Comisión de Educación y nuestra propuesta fue aceptada. Asimismo, las relaciones con dirigentes sindicales solían ir más allá de lo estrictamente político: no era infrecuente compartir un café, un almuerzo o una cena, donde no sólo se hablaba de política. Obviamente, no ocurría con todos, siendo la mayoría de ellos parte del peronismo sindical más crítico, lo que algunos llamaban «peronismo de izquierda», para diferenciarlo de las líneas burocráticas de la conducción sindical]. 

Córdoba era un centro fabril muy importante. Además de la Universidad Nacional, fundada en 1613, había otra pública, la Tecnológica, en la cual estudiaban muchos jóvenes que al mismo tiempo eran obreros, trabajadores de fábrica. En una de las movilizaciones en contra de la dictadura de Onganía, además con otra particularidad [permítanme otra digresión: el movimiento estudiantil, a nivel nacional, puso medio en sordina la aparición de la dictadura, y sobre todo la figura de Juan Carlos Onganía, el general dictador. Esto fue impulsado fuertemente por militantes del Partido Comunista Revolucionario. Es decir, de los llamados «pro chinos», que plantearon la necesidad de frenar un poco, ante la posibilidad de que Onganía se convirtiera en un nuevo Perón. Un disparate fenomenal para muchos de nosotros, en ese momento, no después. Pero que no era un delirio… ¡bah!, sí lo fue, pero era un delirio que compartía mucha gente, como lo mostraban ciertas actitudes de Onganía y de la burocracia sindical, y la célebre consigna de Perón frente a la instauración de la dictadura: «desensillar hasta que aclare». Es decir, no se opuso, no se alineó, pero dejó abierta la posibilidad de que esto pudiera ocurrir. Astuto el viejo, como pocos, ¿no?

Esto último generó la aparición de posiciones similares, que por el otro lado fueron resistidas tanto en buena parte del movimiento estudiantil como del movimiento obrero. En los dos sentidos, Córdoba fue un foco claramente diferente y diferenciador. En el movimiento estudiantil, por ejemplo, a diferencia de Buenos Aires, donde la dictadura provocó más la renuncia que la expulsión, de profesores, en Córdoba nosotros planteamos que los profesores no renunciaran, que en todo caso los echaran. Porque una cosa es renunciar y otra la expulsión. Y efectivamente los despidieron. La expulsión dio motivos o espacios suficientes para que pudiéramos reaccionar reclamando una educación de calidad. Los profesores que designaron su reemplazo eran mediocres, para nada críticos. Y en algunos casos, los que veníamos de experiencias, justamente, con profesores insertos en el pensamiento crítico, el viraje era fundamental.

Entonces, en la Facultad de Filosofía, en la carrera de Historia, hicimos una experiencia singular. Teníamos en Historia Contemporánea a una profesora, no solamente reaccionaria en lo político, también reaccionaria en el terreno de la historiografía. Aquella vieja historiografía fáctica, atenta a los grandes hombres, a los acontecimientos, cero teoría. Nosotros veníamos de una formación que tenía que ver con la convergencia entre la Escuela Francesa de los Annales, con el marxismo de los historiadores sociales británicos, en fin, otra perspectiva de la historiografía. Logramos hacerla renunciar.

¿Qué hicimos? Nos organizamos colectivamente en equipos de trabajo, y nos planteamos una agenda de problemas: Una historia contemporánea, ¿de qué tiene que hablar? ¡Del siglo XX! No negábamos la importancia del siglo XIX, las guerras napoleónicas, etc., pero a nosotros nos interesaba lo que estaba pasando en el mundo de ese entonces, sobre todo los procesos de descolonización en África, cuya historia, tan ligada a la de América, nunca se enseñaba, como tampoco la de Asia . Fue una experiencia fantástica, porque además no tuvimos guía de ningún profesor. No existía Internet, ni fotocopiadoras. De modo que la búsqueda de la información y de procesarla, fue un trabajo enorme y logramos que el Decano reconociera su validez, y nos aprobara para hacer un estudio. Muy poco después aparecerá una gran experiencia innovadora en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, el llamado Taller Total, que fue una manera diferente de concebir la formación de los arquitectos. Esto se va a desarrollar, principalmente, en los primeros años de los 70, siendo clausurado después por el golpe del 1976. En la formación del arquitecto convergieron urbanistas, economistas, sociólogos y antropólogos. 

Bueno, yo me incorporé a esa actividad del Taller Total, dentro del área de Antropología, Economía y Sociología, a la que por comodidad llamábamos AES. Allí trabajábamos con los urbanistas…. o ellos con nosotros. Esto daba un tipo de formación muy diferente, y les cuento rápidamente, un dato que da cuenta de qué trataba esto. Bueno, había que definir, al terminar cada año académico, qué cuestión debían analizar los futuros arquitectos al siguiente año. Entonces, yo creo que fue en el 64, donde se definió que, en el siguiente año, la cuestión que se iba a abordar en la Facultad era la Salud Pública. Eso implicaba que los arquitectos debían tener una respuesta a la construcción de unidades hospitalarias, de unidades sanitarias, que iban desde el dispensario de barrio, para el primer nivel, a hospitales regionales de alta complejidad, en el último nivel, de formación de la carrera.

Para eso, lo que hicimos fue una encuesta. Nos encargábamos los del área de antropología, economía y sociología. Desde la AES, hicimos una gran encuesta en Córdoba y el Gran Córdoba, para ver qué percepción tenía la población de la Salud Pública y las necesidades que necesitaban atención. Entonces, en función de esa información se podían programar los distintos niveles. Interesaba, especialmente, el primero. Los chicos entraban, ya no se llamaban años, se llamaban niveles. Los que entraban a la universidad o a la facultad empezaban con esta dimensión más pequeña, que es el dispensario de barrio. Disponer de información sobre lo que la sociedad reclamaba, le daba un plus. No casualmente, la primera medida que tomó la dictadura cuando ocupó la universidad en el 76, fue ponerle fin a esta experiencia.

Pero bueno, para darles cuenta del clima de innovación que se había articulado con el movimiento obrero. Y cuando en una manifestación la policía de la dictadura asesina a Santiago Pampillón, que era un estudiante de la Universidad Tecnológica Nacional, y al mismo tiempo trabajador de… creo que era de Industrias Kaiser, en todo caso de industria automotriz, reunía la doble condición de estudiante y trabajador. Fue puro azar, pero el asesinato por la policía de un joven que sintetizaba en su propia persona lo que ocurría en el plano social, el de las articulaciones del movimiento estudiantil y el movimiento obrero. Fue un símbolo de resistencia que unificó aún más fuertemente las relaciones entre ambos movimientos. Todo lo cual va a hacer eclosión en el Cordobazo, que fue, además, una gran sorpresa, porque lo que muchos no se podían explicar: ¿Cómo es posible que los trabajadores mejor pagos del país hayan hecho semejante…?, los trabajadores y los estudiantes, porque la articulación fue muy fuerte, con manifestaciones muy sólidas y solidarias de la población.

En Córdoba había un barrio emblemático, el barrio Alberdi, el viejo barrio de estudiantes. Allí estaban ubicadas la Facultad de Medicina, el Hospital de Clínicas, el local de la Federación Universitaria, la cervecería… Era un barrio popular con una fuerte presencia de trabajadores y de estudiantes, de pensiones y de casas alquiladas a éstos. En ese barrio, obviamente, hubo manifestaciones y cuando la policía empezó a reprimir, señoras y señores abrían las puertas de sus casas y ofrecían refugio. Cuando caía la policía: «es mi sobrino, mi primo, etc…” algún parentesco inventado para justificar la presencia de manifestantes.

T.M. ¿Qué hacía usted en mayo de 1969? ¿cómo vivió ese momento, qué imágenes recuerda, tanto del momento como de los actores que participaron en él? Y qué cambió en su ideología, si es que cambió algo, antes y después de ese momento, a nivel personal, si se quiere. ¿Estaba todavía en la universidad?

W.A. Seguía, sí, porque yo hice tres años de Abogacía y después me pasé a Historia. Entonces terminé de recibirme más tarde, más la militancia… para mí era prioritaria la militancia antes que recibirme, porque el futuro de uno era la revolución, ¿no?, no la profesión. Entonces, listo. 

Te diría que no cambió nada. En mi caso, por lo menos, porque venía de esta tradición familiar. Mi abuelo paterno había sido un luchador agrario, de los chacareros; él y su hermano, mi tío abuelo. En 1910, fueron enviados al cepo, lo que era en ese entonces el territorio nacional de La Pampa, ahora provincia, porque luchaban por mejoras en las condiciones de arrendamiento agrario. Bueno, y mi padre fue un luchador permanente, perseguido por conservadores, radicales, peronistas, los de la Libertadora, perseguido permanente. Entonces eso, te modela. Yo, además, cuando era niño quería ser presidente de la República. Después morigeré mis ambiciones y solo quería ser diputado nacional. Y después ya no. Lo que venía era la revolución, no estas “cositas” menores. Quiero decir que tenía una vocación por la política muy temprana. Yo fui dirigente estudiantil ya en el secundario, y en la universidad empecé a militar incluso antes de comenzar a estudiar, por razones puramente cronológicas.

Llegué a Córdoba, mi familia no vivía en la ciudad capital, antes de que comenzaran las clases y ya estaba militando en URU, esa agrupación a la que aludí antes.  Además, rápidamente me convertí en secretario general de ella. Como tal, con otro compañero de la dirección, el Oso Romero, denunciamos a unos profesores que cobraban sin trabajar. El decano nos sancionó a los dos, en tanto los dirigentes máximos de la agrupación -no del Centro [de estudiantes] sino de la agrupación. Nos sancionó con dos meses de suspensión en nuestra condición de estudiantes en momento de exámenes. Dos meses era la pena máxima que el Decano podía aplicar sin la anuencia del Consejo Directivo, en el cual había representación estudiantil. Si se sancionaba a un dirigente estudiantil era, obviamente, un motivo de conflictividad muy fuerte. De hecho, incluso con esa limitación, el caso fue objeto de tratamiento periodístico. Bueno, esto fue en el 64. Era mi tercer año en la facultad.

De manera que no hubo un viraje. Lo que ocurrió en todo caso fue una profundización de pensamiento y de acción, que venía alimentándose desde otras perspectivas, filiadas familiarmente. De todos modos, con una fuerte ruptura. Ustedes saben que en la psicología freudiana hay un punto importante que es matar al padre, simbólicamente, obviamente. ¿Y cómo maté yo a mi viejo? Y, discutiendo con él, presentándole una mirada, no pro peronista, pero tampoco antiperonista. Pobre viejo… perseguido, encarcelado y el hijo mayor le saliera lector no crítico del peronismo. Debe haber sido fuerte. Después terminó admitiendo muchas cosas. Incluso, él que venía de un partido político que tradicionalmente nunca levantó la posibilidad de la transformación de la sociedad por la vía de la aplicación de la violencia armada, al final terminó admitiendo que no había forma de transformar el sistema capitalista si no era mediante la lucha armada. 

De modo que, bueno, ya les digo para nosotros la manifestación, la lucha en la calle, no digo que era cotidiana, pero no era absolutamente nada raro. En el año 64, cuando el General De Gaulle visitó argentina, entre las ciudades que visitó estuvo Córdoba. Y Perón les había ordenado a sus partidarios que lo recibiera a De Gaulle como si fuera él mismo. Entonces, la consigna era: «De Gaulle, Perón, un solo corazón». Era la consigna del movimiento peronista. Nosotros nos sumamos a las manifestaciones con nuestras propias consignas, que ya no recuerdo cuales eran. Y en Córdoba, esta manifestación fue brutalmente reprimida por la policía, con ametralladoras tirando al aire.

Esa movilización del 64 fue efectivamente muy fuerte y la represión también. No estábamos todavía en dictadura, era el gobierno de Illia, formalmente democrático, aún con todas las proscripciones y demás, pero con un grado de libertad bastante amplio. Hay que reconocer que, en ese sentido, el gobierno de Illia fue fiel a las largas tradiciones del radicalismo, de defensa de la libertad política, de la libertad de expresión.

Después, volviendo al 69, en esos dos días de mayo, el 29 y el 30, Córdoba era una fiesta, parafraseando la expresión de Hemingway sobre París… Por todo, por la efervescencia…

T.M. ¿Eso en el 69?, ¿en el Cordobazo?

W.A. Sí, en el 69. Cuando pudimos volver a nuestras casas, porque en los primeros días al captar las radios policiales sabíamos quienes estaban siendo buscados. Cuando las cosas se calmaron, y pudimos volver, aquellos que no caímos presos en ese contexto, empezamos a ir rebobinando todo lo que había ocurrido. ¿Quiénes habían participado?, porque hubo una participación plural. No era solamente el movimiento obrero y el estudiantil, no eran solamente los radicales, también gente que tenía otras expectativas, por ejemplo, los partidarios del general Aramburu, que habían sido parte de la dictadura en 1955-1958, y aparecían como una figura que pretendía democratizarse. Algo así como Banzer en Bolivia o Ríos Montt en Guatemala, posteriormente. Y con cierto apoyo de ciertos sectores que provenían del conservadurismo, pero que eran conscientes que las sociedades necesitaban algunos cambios, y el reconocimiento de ciertos derechos era parte de la estrategia que levantaban.

Estos sectores crearon una agrupación política llamada «UDELPA» (Unión del Pueblo Argentino), una de cuyas expresiones fue Francisco Manrique, un ex militar que llegó a ser ministro de la dictadura -gobiernos de Levingston y Lanusse-, cuando generó algunas políticas favorables a sectores más vulnerables- y hasta Secretario de Turismo del gobierno de Raúl Alfonsín y antes de todo ello jefe de la Casa Militar durante las dictaduras de los generales Lonardi y Aramburu , y dentro de la tesitura del paternalismo, etc. Y no en mi caso, pero sí en el de algunos compañeros, que pertenecíamos al mismo espacio. Se acercó gente, comandos civiles que se identificaron como de UDELPA, a ofrecernos armas. Porque ellos estaban en la actitud de boicotear la dictadura de Onganía y, en consecuencia, procuraban apoyo de donde fuera. Es claro que, si aceptas este tipo de proposiciones, algo a cambio tienes que dar. Para nosotros, algo que no se podía dar, resignar, eran los principios. Entonces, quedó como una anécdota, más que significativa. Francisco Delich lo recogió después en su libro Crisis y Protesta Social: Córdoba 1969, que es, sin ninguna duda, el mejor análisis de coyuntura de lo que fue tanto el Cordobazo como el Viborazo [conocido como el segundo Cordobazo] del 71.

Bueno, eso es todo cuanto les puedo decir.

T.M. Nosotras nos preguntábamos también qué herencias dejó este movimiento con el movimiento popular actual para pensar la viabilidad de la revolución como un medio para derrocar el sistema y generar el cambio social que se buscaba. En ese mismo sentido, sobre el Cordobazo y sus consecuencias, también en términos del incremento de la violencia, tanto de la izquierda como de la derecha, ultraderecha, que empieza a surgir en la Argentina.

W.A. A ver, yo les comentaba hace un momento la sorpresa de muchos, de cómo era posible que los obreros mejor pagos del país hicieran lo que hicieron en el 69 y en el 71. Bueno, si quienes se sorprendieron hubiesen sabido algo de Sociología, lo habrían sabido rápidamente, sin necesidad de hacerse la pregunta. Cuanto mayor es tu nivel de ingreso, tanto mayor es el nivel de demanda; lo que se exige es para mejorar la situación. No casualmente las rebeldías, sobre todo la rebeldía obrera, es mucho mayor en situaciones de bienestar, que en situaciones de crisis. En situaciones de crisis, un obrero ocupado tiende a no protestar, porque si protesta lo despiden y es reemplazado inmediatamente. Cuando hay plena ocupación, porque la actividad económica está en niveles muy altos, hay escasez de fuerza de trabajo. Entonces, expulsar un trabajador tiene un costo altísimo. No es fácil reemplazarlo inmediatamente, precisamente porque el empleo, si no es absolutamente al 100 por 100, tiene niveles muy altos. Y en algunas actividades la especialización es fundamental.

Normalmente, no siempre hay la cantidad de cuadros, de personas, capacitadas para ocupar. Entonces, eso le da una capacidad de negociación muy alta. Y fíjense ustedes lo que está pasando en estos días, quienes son los gremios que tienen mejores condiciones para obtener retribuciones salariales significativas, bancarios es uno de ellos. Claro, los bancos son hoy parte del capital financiero y parte básica del capitalismo de nuestros días. Lo más significativo… si comparan el 60% de los bancarios, con el 41%, 42% de los docentes universitarios, con el 40 y pico de los empleados de comercio, está muy claro quien tiene más poder. Pero no sé si vieron quienes obtuvieron el mejor convenio de trabajo con mejoras salariales: los empleados de las empresas de seguridad privada, 87%. Ahora, ¿esto qué nos está diciendo? Que los sectores patronales temen la posibilidad de una agudización de la conflictividad. Y entonces tener policía privada bien paga asegura un nivel de represión y control, aunque no sea muy alta. No es un dato menor. En aquel entonces la policía privada no era significativa, en todo caso no tenían la importancia y presencia ni masividad que tienen ahora. Entonces, el Cordobazo tuvo un primer efecto que fue la caída de Onganía un año después.

Hay toda una discusión en el mundo académico sobre qué produjo la caída de Onganía: si fue un efecto tardío del Cordobazo o mi primer casamiento; porque coincidieron: yo me casé y cayó Onganía.

(Risas)

Y me quedan dudas, todavía hoy, pero por modestia no quiero asumir esto como el verdadero dato. Prefiero que sea el efecto tardío del Cordobazo y el enfrentamiento en el interior de las Fuerzas Armadas.

Una de las características de las Fuerzas Armadas argentinas fue su fortísima división entre ellas, en primer lugar, y en el interior de cada una, particularmente dentro del Ejército. Esta falta de unificación, entre otras cosas, permitió que la eficacia de la represión, después del 76, fuese menor de lo que fue. Más allá de la obvia brutalidad, podía haber sido mucho mayor de haber habido un intercambio de información, porque las tres fuerzas se dividieron operativamente para controlar el país. Entonces, según la región en la que estabas, tenías más o menos posibilidad de ser objeto de persecución, represión, y etc.

Vuelvo a los sesenta. La fractura dentro del Ejército, que era, obviamente, la fuerza de mayor peso, tanto en términos militares como políticos, entre los que en ese entonces se llamaron «azules y colorados». El sector más duro, los colorados eran mucho más rígidos, mucho más anti peronistas, y anti comunistas, obviamente. Partidarios de la represión dura. Mientras que los azules tendían a una mirada un poco más condescendiente con el peronismo, mas no con el comunismo. Onganía era de los azules, por eso la expectativa del sector del peronismo, de que podía ser un nuevo Perón. De modo que uno de sus efectos fue la caída de Onganía.

Su caída representó, además, un momento muy especial dentro de la dictadura de la auto denominada «Revolución Argentina», porque con el General Levingston – que era un general ignorado que estaba como agregado militar en la embajada de Argentina en Estados Unidos, nadie lo conocía públicamente, fuera de la Fuerza – intentó un viraje; en primer lugar en la economía, porque la dictadura de Onganía se caracterizó por una fortísima desnacionalización de la industria argentina, una fuerte apelación a la inversión de capital extranjero, pero a diferencia de lo que estaba haciendo la dictadura brasileña, el Estado se desatendió de hacia dónde debía dirigirse esa inversión de capital extranjero.

En Brasil, los militares lo orientaron a las áreas estratégicas, las áreas no desarrolladas de la economía brasileña, lo que ayuda a entender el llamado «milagro brasileño», tasas de crecimiento, hoy diríamos «tasa china», por arriba del 10% de crecimiento anual. Y reducido al 4% en situación de crisis, después de la crisis del petróleo del 72. Acá el capital extranjero compró la industria de capital nacional ya establecidos. Desnacionalización de la industria, se le llamó en la época, en algunos casos con efectos muy importantes, como el caso de la industria tabacalera, que estaba controlada por capitales nacionales, y pasó a ser controlada totalmente por capitales extranjeros, con una primera modificación sustancial, la del pasaje del tabaco negro al tabaco rubio.

A eso se sumó el impacto de la llamada «racionalización” de la industria azucarera, que el gobierno de Onganía llevó adelante en la provincia de Tucumán, en el año 66, una de sus primeras medidas, que había implicado una desarticulación del tejido social al producir el cierre de Ingenios, desocupación de los trabajadores, eliminación de los productores de caña, etc. Porque el azúcar tucumano se producía diferenciando el lugar físico de producción de la caña, el lugar físico y propiedades de producción de la caña con el lugar de su procesamiento industrialización. Una situación de crisis que llevó a la dirigencia del Ejército Revolucionario del Pueblo, a pensar que, por razones de carácter geográfico -de geografía física y de geografía social- derivada de esa situación, Tucumán podía ser un espacio ideal para la instalación y desarrollo de un foco guerrillero. Frente a eso, el gobierno de Levingston, sobre todo de la mano de su ministro de economía, Aldo Ferrer, planteó enfatizar la dimensión nacional, y la producción nacional, dentro de la economía. «Compre nacional» fue una consigna de la época, pero fue como una transición, digamos. La conflictividad social y política no bajó. Fue así que se dio el Viborazo de 1971, el Rocazo, el Rosariazo.

En diferentes ciudades del país hubo eclosiones de apelación a la violencia, o de resistencia mediante acciones de violencia muy fuertes. Me estoy refiriendo a la violencia armada. Y allí hay una gran habilidad del general Lanusse, que a mi juicio es el tipo que mejor leyó al Che Guevara en la Argentina, aunque parezca paradójico, porque el Che había dicho en la célebre conferencia en el Paraninfo de la Universidad de la República de Montevideo, después de la conferencia en Punta del Este, que en un país donde la población tiene expectativas que por vía democrática obtenga satisfacción a su demanda, es muy difícil que el foco guerrillero pueda expandirse. Y en el 72 o antes, era muy claro que las organizaciones político militares estaban fuertemente instaladas en la sociedad argentina, y no solamente eso, si no que concitaban creciente apoyo popular, expresado de diferentes maneras.

Una manifestación visible fue cuando después del asesinato de los presos de la cárcel de Trelew trajeron los restos a la Ciudad de Buenos Aires. El velatorio de los mismos fue una manifestación masiva, que obligó una fortísima represión de los efectivos de la policía federal, con destrucción de locales, secuestro de los ataúdes, etc. Eso se explica solamente en un contexto donde había contingentes significativos de la población que apoyaban la lucha armada. Muchos no lo quieren reconocer, pero es un dato objetivo. Yo creo que Lanusse leyó bien eso, leyó bien la consigna del Che, y ahí es cuando tiende sus lazos para facilitar la reincorporación del peronismo a la vida política, su libre participación, y el acuerdo con Perón. Un Perón que, si bien para entonces había oscilado en sus posiciones públicas, a menudo ambiguas, nunca dejó de ser un hombre defensor de la burguesía y del capitalismo, eso está claro, y toda su política fue siempre en esa dirección. En el mejor de los casos, partidario de un capitalismo autónomo – es decir, no dependiente del imperialismo, por lo menos, no dependiente mayoritariamente – con su énfasis en la burguesía nacional, que ya para los años 70 no existía como fuerza significativa.

Pero no había en su proyecto nada que se filiara con el indefinido “socialismo nacional” que levantaba Montoneros como consigna.

No casualmente, se refugió primero en el Paraguay de [Alfredo] Stroessner, después en la Venezuela de Marcos Jiménez, luego en República Dominicana de [Rafael] Trujillo, y finalmente en la España de Franco. Nadie podría decir que era un hombre con simpatías izquierdistas, pero jugaba con ambivalencias. De hecho, lo recibió al Che, pero nunca se supo qué conversaron exactamente. John William Cooke, quien había sido su delegado político, en los primeros años del exilio, lo instaba a aliarse con la Revolución Cubana y a avanzar en la dirección del socialismo, siendo rechazado. Cooke fue uno de los grandes hombres innovadores del peronismo, no casualmente negado por el peronismo posteriormente, hasta nuestros días. O en otro plano, Juan José Hernández Arregui, probablemente el intelectual más brillante que tuvo el peronismo. El peronismo levanta como su gran intelectual a Arturo Jauretche, pero, convengamos, dicho con franqueza, su pensamiento es muy pobre, más de sentido común que otra cosa, al menos comparado con el de Hernández Arregui era un tipo muy curioso. Él basaba buena parte de sus argumentaciones en el marxismo. Entonces, claro, lo hizo absolutamente imposible de ser asimilado por la conducción, por eso nadie se acuerda de Hernández Arregui, menos dentro del peronismo. Pero, bueno, eso era parte del clima de efervescencia, y de estas ideas y vueltas, particularmente la de Perón. 

Entonces, después del Cordobazo estaba claro que, en buena parte de América Latina, la única vía para resolver los problemas de las sociedades era la revolución socialista y solo podía ser conseguida mediante la apelación a la lucha política armada. El asesinato del Che en el 67 cambió muchas estrategias, poniendo en un plano de relieve a la guerrilla urbana, por sobre la guerrilla rural, con todo lo que eso implica. No solamente un cambio de espacio de acción, también de formas, de ejercicios de la acción y de la vida cotidiana de los y las militantes. Y allí yo creo que estuvo la gran astucia de Lanusse, es decir, posibilitar el retorno del peronismo a la vida política, sin cortapisa ni limitaciones.

La primera traba fue la proscripción de la candidatura de Perón, pero esto era rápidamente superable, como efectivamente ocurrió, con la renuncia de Cámpora cuando fue elegido presidente. Una maniobra que permitió la elección en septiembre del 73, pocos meses después de haber asumido Cámpora la presidencia, a fines de mayo de ese año. Ese fue el comienzo de la debacle de las organizaciones político militares. De las varias que había habido, para ese entonces solo quedaban dos: Montoneros y el ERP. Montoneros, que se reconocía como parte del peronismo, todo muy viscoso ya. Montoneros nunca fue una expresión política muy clara, su apelación a un socialismo nacional, nunca se supo qué quería decir. Sus vinculaciones reales, o supuestas, con altos mandos militares, sobre todo del comienzo, con la jerarquía de la Iglesia Católica. En todo caso, Montoneros se reconocía como parte del movimiento peronista e impulsaba lo que llamaban «el socialismo nacional». Por el contrario, el ERP, que había sido originado en organizaciones trotskistas, o filo trotskistas, pero que derivó luego a posiciones guevaristas, sobre todo con el liderazgo de Santucho. Llama la atención, no digo sólo por Santucho, pero una dirección que conocía bien el pensamiento del Che, no haya advertido aquello que Lanusse había descubierto tan bien.

Si el grueso de la clase obrera y de los campesinos explotados, encontraban que por la vía democrática había alguna posibilidad de respuesta favorable a sus peticiones, por lo menos había que haber aplacado la acción y prepararse para el momento oportuno. Cosa que, por ejemplo, les pasó a los tupamaros. No alcanzaron, porque fueron diezmados previamente, pero en realidad la intención de los tupamaros no era entrar en acción tan rápido, si no prepararse para el momento, que ellos veían inevitable, de derrocamiento del gobierno e instauración de una dictadura. Esto lo dijo muy bien… no me acuerdo si Ruiz Huidobro, o el Pepe Mujica, en un video que hicieron poco tiempo después de recuperar la libertad. Bueno, y lo demás es conocido. La feroz represión empezó en el gobierno de Isabel Martínez, incluso bajo un gobierno de Perón, primero con una organización paraestatal, la Triple A, la Acción Anticomunista Argentina, y después obviamente las Fuerzas Armadas.

*Entrevista realizada en junio de 2022 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.


Trenzar Memorias
, No. 3, Noviembre, 2022

Waldo Ansaldi
Waldo Ansaldi
Latinoamericanista dedicado al análisis sociológico de procesos históricos, particularmente de los mecanismos de dominación político-social y violencia política. Investigador Principal (jubilado) del CONICET en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Profesor titular consulto en esa Facultad y de grado y posgrado en universidades argentinas y del exterior. Entre junio de 2011 y diciembre de 2017 fue Director de la Maestría en Estudios Sociales de América Latina en su Facultad.