Por Trenzar Memorias
Mauricio Archila Neira: Esa pregunta sobre cómo llegué a estudiar las protestas y los movimientos sociales no es muy complicada, pero hay que remontarse al siglo pasado. Yo tengo un origen que podemos llamar cristiano, católico. Mi familia es de origen cristiana y conservadora. Por ello, estudié con los jesuitas e ingresé al seminario durante un tiempo. Por esa vía me vinculé al pensamiento social cristiano. Soy de la generación impactada por Camilo Torres; a pesar de que estudié en la Universidad Javeriana, viví muy cerca de la Universidad Nacional y alcancé a conocerlo. En fin, fui muy cercano de su figura, de la conferencia de obispos en Medellín, de la Teología de la Liberación, del Padre Javier Giraldo. Incluso sigo trabajando en el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP).
Mi interés por el estudio del movimiento social vino de esa vertiente, llamémosla del «pensamiento cristiano», Teología de la Liberación. Mi primer artículo, que era sobre el sindicalismo, lo publiqué en una revista cristiana llamada Solidaridad. Más adelante, hice mi tesis de maestría en Economía y Recursos Humanos de la Universidad Javeriana sobre el impacto de los sindicatos en el salario. La temática fue elegida porque me lo pedía la disciplina económica, pero en realidad mi interés era la historia del sindicalismo; de hecho, me fui a estudiar el Doctorado de Historia en la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook, pensando y trabajando el tema del origen de la clase obrera. Un poco al estilo de E.P. Thompson, «The making of the Colombian Working Class». En la idea de los orígenes de la clase obrera podría ubicar un interés, que podría llamarlo «ético – político» en mis estudios. Por otra parte, tuve militancia con algunos grupos de izquierda cercanos al maoísmo, aunque sin llegar propiamente a la lucha armada; nunca estuve vinculado a ella. Pero, fue el pensamiento cristiano crítico y socialista el que me llevó a trabajar sobre el movimiento obrero colombiano y, posteriormente, a ampliarlo al tema de movimientos sociales y protestas, que es lo que he venido trabajando últimamente.
T.M. Queríamos preguntarle por los estudios de larga duración que usted ha hecho. En este sentido, queríamos saber ¿cuáles han sido los cambios más significativos que observó en las causas y las demandas de los movimientos sociales durante los siglos XX y XXI? ¿Qué diferencias observa en los mecanismos que se utilizaron para hacer presión por parte de los actores sociales y, por tanto, de los movimientos sociales en ese período? Nos gustaría, de ser posible, si puede hacer énfasis en las protestas de abril y mayo del 2021 en Colombia.
M.A.N. Esta pregunta es casi para una clase, una conferencia de unas tres horas (risas). Pero, voy a tratar de responder un poco, sobre todo lo histórico, y si queda tiempo abordo lo ocurrido en Colombia durante el 2021. En la definición que nosotros tenemos de movimientos sociales siempre hay que ubicarlos espacio-temporalmente, es decir, por el contexto político, por el desarrollo de las sociedades, por la historia de las naciones y por el tipo de tensiones, conflictos y contradicciones. Cada caso tiene su particularidad, aunque en América Latina tenemos mucho en común. En Colombia, por ejemplo, la violencia política ha sido un tema determinante que nos diferencia del resto de la región.
La clase obrera fue la gran protagonista a finales del siglo XIX en los casos de Argentina, México, Brasil y Chile, pero para los casos de Colombia, Venezuela, Perú y Centroamérica, la clase obrera fue protagonista recién en el siglo XX. El campesinado y los indígenas también fueron movimientos visibles históricamente. Aunque, desde las vertientes de análisis nacionalistas y marxistas se leyó al movimiento indígena como parte del movimiento campesino, a tal punto que se trató de ocultar su identidad cultural y étnica para que no estuviera en un primer plano. También hay tempranos movimientos de pobladores de las barriadas, sectores populares urbanos; así como el movimiento estudiantil, que también aparece muy tempranamente, casi que incluso antes que algunos otros movimientos.
Esos cuatro grandes actores dominan la escena en América Latina y, en particular, en Colombia hasta por lo menos bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Allí, entonces, van a aparecer, fruto de procesos de orden global tanto económico como político los procesos de descolonización, de luchas de liberación nacional, la Revolución Cubana, etcétera. Así, aparecen nuevos movimientos sociales. Por ello me refiero, sobre todo, al movimiento de mujeres, en particular al feminismo y, posteriormente, los movimientos LGBTIQ+ y ambiental. Este último comienza muy tenuemente como un movimiento ecologista muy ligado a las universidades y a las élites en Colombia. Por ejemplo, el primero que habló sobre ecología y medioambiente fue el presidente Misael Pastrana. Sin embargo, esto se va modificando y el movimiento ambientalista va saliendo de las academias y va tomando más fuerza popular.
Posteriormente, van surgiendo otros movimientos sociales. Actualmente, por ejemplo, hablando ya de la coyuntura reciente en América Latina y, particularmente, en Colombia aparecen los jóvenes, pero no universitarios. Estos son jóvenes sin trabajo, sin empleo, sin educación, sin futuro, «los ni-ni»; «el precariado» como lo llaman en algunas otras partes. Jóvenes, hombres y mujeres, y a veces veíamos muchas más mujeres. Este es un nuevo actor que aparece.
Los movimientos indígenas se desprenden de esa matriz de clase y de su vinculación con el campesinado para ganar autonomía. Comienzan a tener un impacto tremendo desde los años setenta y, más adelante, en torno al quinto centenario del llamado “encuentro” de dos mundos, que fue realmente un proceso de dominación y de conquista europea. Finalmente, también se puede mencionar a las víctimas del conflicto armado en Colombia y a las víctimas de las dictaduras en el Cono Sur.
Concomitante con estos cambios en los movimientos sociales, también hay cambios en términos de los reclamos, de las demandas. Yo diría que en la primera mitad del siglo XX predominaron mucho más las demandas de clase, de la clase obrera y campesina, tales como pliegos laborales, trabajo digno, derecho a la sindicalización, organización en el campo y acceso a la tierra. Estos temas fueron muy fuertes, pero comienzan a ceder por factores, nuevamente, de corte global y de corte político-cultural. En casos como el de Colombia, con una violencia muy fuerte, empieza a virar hacia temas más políticos y culturales. El tema, ya lo decíamos, étnico, el de género, el respeto a la vida, el respeto a los Derechos Humanos. La misma izquierda cambia, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, de un uso instrumental de los Derechos Humanos a una apuesta mucho más coherente y consistente por su respeto y su vigencia. Antes era usado de manera instrumental para sacar a los compañeros que están en la cárcel, «hagamos uso del derecho burgués». Sin embargo, actualmente se la juegan por el tema de los Derechos Humanos, no solamente los defensores de Derechos Humanos, sino muchos de los actores sociales.
Las modalidades de protesta también han cambiado. El paro, la huelga, que tendió a predominar mucho en el momento de auge de las clases obreras tiende a ceder hacia formas, por un lado, no tan contenciosas, como pueden ser las movilizaciones, los plantones, las marchas, las manifestaciones. Por otro lado, hacia formas más contenciosas, que pueden ser lo que en Colombia llamamos «los bloqueos de vías», que en el Cono Sur llaman «los cortes de ruta»; pero que en el paro del año pasado se llamaron «los puntos de resistencia». En el 28A (28 de abril de 2021) y los dos o tres meses siguientes los puntos de resistencia, los bloqueos de vías se realizaron bajo una modalidad muy interesante porque se bloquearon vías centrales que articulan la movilidad de las ciudades, pero también se llevaron a cabo cerca a sectores populares que alimentaron esos cortes de ruta. Esto es, por ejemplo, una modalidad que adquiere una relevancia muy grande. Las invasiones y las recuperaciones de tierra, que fueron tan importantes desde los años treinta hasta los setenta en Colombia en torno a la Reforma Agraria, actualmente no han desaparecido porque los campesinos siguen luchando por la tierra, los obreros siguen luchando por los derechos laborales, pero hay un declive relativo de la visibilidad, de la presencia de esos actores y otros temas adquieren una visibilidad, una prioridad en cierta medida.
Por fortuna no han desaparecido los sindicatos, estos siguen siendo unos grandes convocantes, aunque no representen a toda la multitud, puesto que los muchachos de las llamadas «primeras líneas», no se sienten representados por estos viejos sindicalistas. En el caso colombiano, y creo que también en el chileno y un poco en el ecuatoriano, los sindicatos, y en el caso ecuatoriano los indígenas, siguen siendo grandes convocantes. Tienen, no digo la legitimidad, pero por lo menos, tienen una gran capacidad de convocatoria para grandes movilizaciones. Sin embargo, actualmente, los jóvenes y otros actores sociales los rebasan, rompieron los marcos de la protesta inicial, sin duda. Esto nos lleva al tema de las representaciones, que se está debatiendo con estos estallidos sociales, tanto en Chile como en Colombia.
T.M. Gracias, profesor Archila por su respuesta; ha sido sintética y reveladora. Volviendo a la relación de Colombia con el resto de América, se suele comparar el accionar de los movimientos sociales en Colombia con los de otros países de la región, y se menciona la debilidad como rasgo característico. Pero, usted ha planteado que esa debilidad responde a la relación entre factores estructurales y a la ausencia de mediación política. Quisiéramos saber, si nos puede explicar un poco más, a qué se refiere con factores estructurales y ausencia de mediación política para el caso colombiano.
M.A.N. Primero yo quisiera cuestionar eso de la debilidad. Creo que lo he mencionado en mis investigaciones, puesto que, para mí es una debilidad relativa. Ahí nuevamente vuelve a salir esto que les señalaba hace un rato. Si bien es posible y necesario hacer comparaciones, una cosa son los movimientos sociales en Colombia y otra en Ecuador, por ejemplo, o incluso Venezuela, para no hablar de México o de Chile. Los regímenes políticos y las formas cómo se articulan los conflictos de clase marcan la diferencia en la acción de los movimientos sociales. Colombia no tuvo populismo y ha sido uno de los regímenes oligárquicos más fuertes, más perdurables y con una gran violencia política, pero al mismo tiempo, con una estabilidad democrática, aunque entre comillas. Hemos tenido una dictadura, que fue medio dictablanda; ha sido un país que no ha tenido milagros económicos, pero tampoco grandes caídas. Mantiene un cierto crecimiento estable de la economía, pero en el medio, altas dosis de violencia. Entonces, esos factores y el tema de la violencia debilitan tremendamente a los movimientos sociales en Colombia, directa o indirectamente. Directamente, porque después de la firma del Acuerdo de Paz de 2016 hay más de mil líderes y lideresas sociales asesinadas, así como más de trescientos desmovilizados asesinados también. Es decir, hay una violencia que persiste y que hace que para los movimientos sociales sea muy difícil desarrollar su acción si sus líderes son asesinados y amenazados; si desaparecen.
También, por vía indirecta, la violencia ha afectado al movimiento social en Colombia. La existencia de una guerrilla que pudo tener cierto sentido en los años sesenta y setenta; incluso con la desmovilización de las FARC, es evidente que pierde vigencia la lucha armada como una forma de lucha. Y creo que lo van entendiendo los sectores juveniles, aún las Primeras líneas, que usan la violencia, pero no están dispuestas a irse al monte o, por lo menos, a someterse a la dinámica guerrillera. No sé muy bien en qué terminen las Primeras líneas, algunos se han ido por el lado electoral, pero diríamos que la violencia afecta mucho, debilita los movimientos sociales, aún en el caso de una guerrilla, que supuestamente pretende apoyar, porque les cercena la autonomía, y los hace muy vulnerables. Cuando un movimiento guerrillero dice: «apoyamos al sindicato tal», se convierte en la espada de Damocles; es lo peor que les puede pasar, es casi como ponerles la lápida porque ahí mismo los paramilitares, que no necesitan mucho incentivo para hacerlo, terminan asesinando, amenazando, debilitando a los movimientos sociales. Entonces, ahí hay un factor de debilidad muy grande.
Creo que, además, el factor económico y, sobre todo, la apertura neoliberal ha debilitado al mundo formal del trabajo, ha desindustrializado y ha producido una crisis también en el campo, que hace que los movimientos campesinos se debiliten. Asimismo, ha habido un problema de cierre del sistema político colombiano; hasta hace poco teníamos solo dos partidos, el liberal y conservador, que siguen teniendo cierto margen electoral fuerte. Y, aunque han aparecido otros partidos como Cambio Radical, Centro Democrático, Partido de la U, estos siguen siendo partidos de élite. Solo en las últimas elecciones hubo un repunte de la izquierda. Hemos tenido alcaldes, Gustavo Petro fue alcalde de Bogotá, pero nunca hemos estado tan cerca de acceder al gobierno, que no es al Estado, propiamente. De esta manera, el régimen colombiano fue siempre abrumadoramente dominado por las élites, con una gran cooptación de sectores populares y, en ese sentido, las izquierdas, la oposición escasamente podía cumplir un papel significativo; solo ha tenido un rol muy tímido, de denuncia.
Colombia no es como Chile que todavía tiene un Partido Comunista muy fuerte y que tiene una alianza de sectores mucho más estables. Hay organizaciones persistentes, incluso estudiantiles de un siglo de duración, cosa que en Colombia no. Tenemos organizaciones recientes, el sistema político colombiano y el sistema, llamémoslo, social son mucho más débiles; este último en términos de organización. Hay mucha más fragmentación y por la violencia y la imposición del modelo neoliberal, aún en términos culturales, un individualismo fuerte en donde opera el “sálvese el que pueda”. Por fortuna, los jóvenes ahora, los movimientos sociales nos muestran rasgos de una solidaridad que abre esperanzas todavía.
T.M. Muchas gracias profesor Archila. La siguiente pregunta tiene que ver con este tema, que mencionaba usted al final, sobre cómo se han visibilizado esos movimientos sociales en Colombia. Usted siempre ha planteado que en Colombia las protestas sociales responden a una dinámica civilista y pacífica para la construcción de consensos. Pero, se ha generalizado una estigmatización de los movimientos sociales por algunos sectores de la sociedad civil y ha sido constante la represión desde el Estado. Entonces, ¿Cuáles serían las causas que han generado esta estigmatización de los movimientos sociales y su represión por parte del Estado?
M.A.N. Bueno, son varias cosas, pero comienzo por lo que mencionaron al inicio de la entrevista: esto es, ratificar que hago parte de un equipo en el CINEP, que es una ONG de Derechos Humanos en Colombia, fundada por los jesuitas. En el CINEP se construyó una base de datos sobre protestas sociales en Colombia con datos desde 1975. En mis estudios históricos tengo recuento de huelgas por lo menos desde 1910 con una lectura sistemática de periódicos. Esa base de datos de Cinep, construida desde hace casi 50 años y que tiene más de 25.000 registros, observamos que entre el 3% y el 5% de las protestas son, llamémoslas, de «carácter violento». Eso que llamamos «disturbios» o «asonadas». El resto, el 95% o 97% de las protestas en Colombia son de carácter pacífico.
Eso no quiere decir que no haya habido roces con la policía en algunos momentos; pero enfrentamientos, choques violentos, no. Incluso la misma policía, en el informe sobre el reciente paro –que nosotros llamamos «estallido social» del 28 de abril–, reconoce que solo un 10% de encuentros fueron violentos. Es decir, la misma policía reconoce que el 85% o 90% de las manifestaciones fueron de carácter pacífico. Esto, en primer lugar. En segundo lugar, los dos temas, estigma y represión, que son concomitantes, son respuestas estatales, apoyadas por las élites y que tienen también raíces de corte cultural en la sociedad colombiana. Una sociedad muy excluyente, muy racista, muy machista como muchas de América Latina, pero desafortunadamente, sobresalimos un poco en algunos de esos casos.
Podríamos decir que la respuesta siempre ha sido la combinación de una cierta represión con negociación. Ha habido momentos en que la represión es más fuerte, y si miramos en América Latina, obviamente en los momentos de las dictaduras y de los gobiernos autoritarios, la represión va a ser mucho más fuerte. Hay momentos de cierta apertura democrática, en los que algunos gobernantes de carácter populista, liberal, o incluso de izquierda, nuevas izquierdas, izquierda rosa, o izquierda progresista, como se quieran llamar, pueden dar pauta para una mayor negociación.
En el caso colombiano se combina la represión y la negociación. Diría que los momentos de represión no son los mayoritarios; la mayoría de los conflictos terminan siendo negociados o a veces mueren por inanición. Algunos funcionan así: se lanza una huelga, el patrón no responde, el Estado se desentiende y los obreros a los dos meses tienen que levantar la huelga sin haber logrado una negociación. Sin embargo, esas estadísticas no las tengo muy precisas. Ahora, en términos de represión, sí es muy claro que hay una represión directa y una represión indirecta. Esta última, la violencia paramilitar y estatal contra los movimientos sociales se manifiesta en el aniquilamiento y el asesinato. Esa es una forma, que podemos llamar represión indirecta, es preventiva y ha sido muy fuerte en Colombia. En esto creo que ocupamos el primer lugar en América Latina.
Durante mucho tiempo el peor lugar del mundo para los sindicalistas fue Colombia. Ha ido bajando un poco eso, porque del asesinato y la masacre se ha pasado a la amenaza y al desplazamiento, pero sigue siendo muy violenta. En eso los paramilitares son los campeones, sobre todo en los años ochenta, noventa, y comienzos del siglo XXI. Pero en el Estado, a través de la connivencia con los paramilitares, los cuerpos del ejército, de la policía, incluso de la armada han sido «protagonistas» o victimarios, para decirlo exactamente. La guerrilla, a veces, ha sido también victimaria de los movimientos sociales, acusándolos de “sapos” y de traidores. Pero nuestras estadísticas muestran que las acciones guerrilleras contra los movimientos sociales son del 5% o 10%; no son las mayoritarias. El 50% o 60% eran acciones de paramilitares y un 30% o 40% responsabilidad de los agentes del Estado.
Estas acciones son alimentadas por una estigmatización. Las elites nuestras, en general en América Latina y en el mundo, tratan de prevenir la movilización social construyendo un enemigo interno que hay que controlar, destruir y que ha sido designado de formas distintas a lo largo de la historia. A comienzos del siglo XX los enemigos fueron los bolcheviques y los anarquistas; esas eran palabras que ponían a temblar a las élites colombianas. Luego va a ser el comunismo, luego las guerrillas y luego el narcoterrorismo y, últimamente, se acude al «vándalo», al vandalismo para estigmatizar a las propuestas sociales. Cada momento histórico tiene su epíteto, su estigma, pero se observa una constante: la idea de que hay un enemigo externo que se infiltra en la nación. Siempre se trata de buscar una fuente externa de esa infiltración: la Unión Soviética, China, Cuba, Venezuela, el foro de Sao Paulo. Obviamente, en su momento la Unión Soviética, China, Albania o Cuba enviaron personal e intentaron apoyar ciertos procesos revolucionarios, pero nunca determinaron el curso de las naciones; menos actualmente. Por eso, decir que las protestas actuales, o el estallido social en Chile es resultado del foro de Sao Paulo o de Maduro o de Ortega es descabellado y no tiene sentido. Los estallidos sociales son el resultado de conflictos propios de la sociedad, en este caso colombiana, chilena, mexicana.
Entonces, ese expediente de la estigmatización es recurrente y es una forma de justificar la represión. Terminaría diciendo que, en el paro reciente, además de ser notoria la duración, nunca habíamos tenido un paro tan resistente, con unas formas de radicalidad tan fuertes. Los puntos de resistencia de los que hablábamos anteriormente son, realmente, barricadas que se mantuvieron en algunas ciudades por dos meses o más tiempo y, por momentos, reviven con nuevos actores y con una presencia masiva. Es decir, no había visto realmente una cobertura tan amplia. La policía habla de más de 800 municipios, Colombia tiene un poco más de mil. Entonces estamos hablando de un 70% u 80% de los municipios que participaron del paro. Hubo presencia en las grandes ciudades, pero también en las comarcas rurales. Multitudes muy heterogéneas movilizándose por más de dos meses, eso no lo habíamos tenido en este país. Y vuelvo a la pregunta anterior, la relativa debilidad de los movimientos sociales en Colombia es discutible porque aparecieron tremendamente fuertes.
Desafortunadamente, por lo que se destaca esta reciente movilización, estallido social, revuelta, como lo queramos llamar, es por las altas dosis de represión, de violencia. Aunque hay disputas de cifras entre la policía, la Fiscalía y las ONG de Derechos Humanos, se habla de miles de detenidos, casi un centenar de afectaciones de los ojos, que también ocurrió en Chile, violencia sexual contra las mujeres y miles de heridos. También hubo dos agentes del orden asesinados, uno en Soacha en oscuras circunstancias, no muy relacionadas con el paro; otro baleado en Cali. Pero son dos contra 80. No estoy diciendo, por supuesto, que la muerte esté justificada.
Este estallido social fue duramente reprimido. En Colombia nunca habíamos tenido tanto despliegue de represión. Tuvimos un paro cívico en septiembre de 1977 con cerca de 20 muertos y, en septiembre del 2020 con el estallido social tras el asesinato del abogado Javier Ordoñez por parte de la policía hubo alrededor de 12 muertos. Este fue un caso parecido al de Floyd en Estados Unidos. Entonces, estamos hablando de un Estado que respondió brutalmente a un estallido social, que lo provocó por el mal manejo de la pandemia, por la exacerbación de las condiciones de pobreza y miseria, y por presentar una reforma tributaria, a todas luces, impopular. Esta fue la gota que rebasó la copa y que no se pudo contener ni retirando la reforma tributaria ni con la salida del ministro de Hacienda.
T.M. Muchas gracias profesor. Justo en referencia a las protestas del 2021, nosotras teníamos algunas preguntas. Nos mencionó anteriormente el hecho de encontrar nuevos actores sociales como los jóvenes, pero nos gustaría preguntarle si hay otros actores principales que haya identificado en el paro del 2021. Quisiéramos también preguntarle si la cultura se usó como un mecanismo de protesta durante el paro.
M.A.N. Realmente son casi varias preguntas (risas), pero voy a aprovechar y voy a hablar también del derribo de estatuas, de esta carga simbólica, que hay allí también, algo muy cercano a los historiadores. Entonces, en términos de nuevos actores y del tema de la cultura podemos decir que como nuevos actores están los jóvenes, a quienes ya los veíamos observando en Colombia desde el 21N –21 de noviembre de 2019–, cuando hubo también un paro nacional. Ahí murió un joven, Dilan Cruz, asesinado por el cuerpo antimotines y hubo otros muertos, pero no fue en la misma escala que en 2021. Así, esos jóvenes ya se hacían presentes, e incluso en nuestra base de datos ya se habían empezado a hacer visibles con índices un poco bajos, pero con creciente presencia.
Yo estuve saliendo algunos días a la calle y vi múltiples actores como, por ejemplo, miembros del LGBTIQ+, mujeres trans, defensores del medio ambiente y artistas. En fin, realmente hubo una gran pluralidad de actores sociales con mucho ingenio en términos símbolos. Incluso, los camioneros que, aunque no entraron en el paro directamente, se sumaron y negociaron rápidamente. Una vez negociaron, quisieron desmontar las barricadas. Pero en algún momento, obviamente contribuyeron a la gran parálisis. Hasta los bomberos de algunas ciudades pararon porque están por cumplir 100 años, como en el caso de Bogotá, pero seguían con una precariedad de recursos tremenda. Es decir, en la base de datos nuestra tenemos una cantidad de actores que se movilizaron, excepto las élites y la clase alta. Podemos mencionar a las feministas, el sindicalismo, el mundo agrario, los campesinos, los indígenas con su Minga. En Cali, estos últimos jugaron un papel importante. Las feministas fueron parte del Comité Nacional de Paro y después en las Primeras líneas. Y bueno, el fenómeno, sin duda novedoso, fueron las Primeras líneas de estos puntos de resistencia, mayoritariamente conformado por jóvenes ni-ni. Pero también hubo estudiantes, incluso amas de casa. Hubo madres de Primera línea.
Vimos una riqueza muy grande, pero yo insistiría más que enumerar en actores, en resaltar esa gran pluralidad y en su disputa por la representación, que es legítima. El gobierno supo manejar muy bien esa lucha por la representación del paro. En un momento se dijo: «el Comité del Paro no nos representa», y los jóvenes decían: «no, nos representa». Entonces, el gobierno dijo que negociaría con los jóvenes, pero como decimos en Colombia: «pistola, la pistola de Bolívar» porque realmente no negoció con los jóvenes.
La participación del arte fue definitiva para las movilizaciones, por ejemplo, las pintas, los grafitis, los performances. Eso fue también muy interesante. La participación de colectivas feministas con «el violador eres tú» fue muy importante, aunque estuvo más presente en el anterior paro, el 21N. Hubo repertorios globales y latinoamericanos, muy influidos por Chile. Sobre esto voy a volver al final.
No me lo preguntaron, pero lo incluyo acá. Parte de la carga que hubo en este estallido social fue también de carácter simbólico y estuvo muy agenciada por grupos indígenas, pero incluso en algunos momentos estuvo motivada por los mismos jóvenes. No en vano, en Cali, el 28A (28 de abril) inició muy de madrugada con el derribo de la estatua de Belalcázar. Algo que había ocurrido en Popayán un año antes en un contexto distinto, en septiembre del 2020. En este caso, los Misak, que son los pueblos que originalmente vivían en la ciudad de Popayán, derribaron la estatua, también de Belalcázar. Esta estaba ubicada en un cerro donde los Misak celebraban sus rituales, pero este fue reapropiado violentamente y colonizado por los conquistadores españoles. Después, la estatua del fundador de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, fue derribada también durante el paro. Hasta los patriotas, es decir, hasta Bolívar, que se le solía respetar fue derribado en un par de sitios. Hay una región del sur de Colombia donde no lo quieren mucho; allí hubo una resistencia indígena a Bolívar y este impuso el tributo y formas de dominación otra vez. Bueno, no hay que olvidar que Bolívar era esclavista, no era una mansa paloma. A Antonio Nariño también lo derribaron, al igual que a personajes más recientes, estatuas de presidentes o de dirigentes de derecha. Hay un libro que reúne más de 20 episodios.
Entonces, lo que se observa es que hay una disputa muy interesante, porque más que un juicio del pasado, hubo una disputa por las herencias del presente. En esos episodios influyó mucho lo que ocurrió en México con las mujeres y con toda la cuestión en torno a la independencia. Las resignificaciones de muchos lugares y el derribo de próceres y militares que ocurrió en Chile durante el estallido social también influyeron mucho sobre las movilizaciones en Colombia. Esta disputa por las herencias del presente es una reflexión que nos rebasaría, porque es una forma de expresión, a mi parecer, demasiado fuerte en algunos casos, y considero que podría buscar otro mecanismo para hacerse visible. En el caso de las mujeres en México, la denuncia es clara: «la policía nos está violando». Aquí estas protestas están más ligadas a los grupos indígenas, en el caso de Chile los mapuches y en Colombia, sobre todo desde el sur, a los Misak y los Nasa. Con todo ello, lo que quieren decir es que hay unos símbolos del poder que todavía siguen siendo violentos.
Además, hay ciertos hechos como lo sucedido en Estados Unidos y en algunas regiones de Europa que están relacionadas con la violencia policial y que exacerba esta lucha simbólica. Lucha que tiene un papel muy importante y que realimenta la movilización en Bogotá. Por ejemplo, el monumento a los héroes ubicado en Bogotá y que homenajeaba a los militares fue derribado por la alcaldía antes de que los manifestantes lo hicieran. Hay que tener en cuenta que muchos de esos monumentos no son de la época colonial, son republicanos, construidos en los años treinta y cuarenta del siglo XX con un estilo griego clásico, además muy masculinos. Son monumentos que tienen una carga violenta simbólica porque el monumento silencia a las mujeres, a los negros, a los indígenas.
Durante el paro también hubo clases en la calle, hubo debates y ollas comunitarias. Estas últimas no eran solamente formas colectivas de alimentación, sino que fueron usadas como espacios de capacitación y de formación política. Sobre todas estas formas de participación durante el paro estamos concibiendo un libro. Ha salido alguna producción, tanto en Chile como en Colombia, sobre los estallidos sociales.
T.M. Profesor muchas gracias por esta entrevista extendida y por el tiempo que nos ha dado.
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La entrevista que se realizó el 26 de mayo del presente año, se consultó al profesor Mauricio Archila por el impacto del paro en las elecciones legislativas que se llevaron a cabo en marzo en Colombia y, por la posible influencia en las elecciones presidenciales. La indicamos al final de la entrevista dado que, para la publicación en la revista, Gustavo Petro ya es presidente de Colombia, pero consideramos muy oportuna la reflexión y lectura de la sociedad colombiana y su comportamiento electoral. Esta fue su respuesta:
“Ahora, ¿qué impacto puede haber tenido eso en las elecciones? Pues me es muy difícil decirlo porque yo me dedico más al tema de los movimientos sociales que a la cuestión electoral. Pero diría que sí puede haber tenido algún impacto, aunque no como piensa la derecha. Puesto que dijeron que Gustavo Petro había financiado el paro y que el senador Gustavo Bolívar, quien en algún momento dio apoyo solidario a las Primeras líneas, las financiaban.
T.M. Puede haber algún impacto, pero no tanto como cree la derecha o como también trata de exaltar la izquierda. ¿Por qué? porque muchos de estos jóvenes son apolíticos, están más cerca del anarquismo y el anti institucionalismo. Además, creo que el ejemplo de Chile pudo haber pesado en algunos sectores juveniles y de las Primeras líneas al observar que, si allá se pudo, entre comillas, «hacer un cambio», acá en Colombia también era posible. Me refiero a la Constituyente y luego la elección del presidente Gabriel Boric. Estos hechos, creo que sí han generado un cierto impulso a la campaña de Petro. Pero, por otro lado, en este momento no hay mucha claridad sobre el panorama de las elecciones presidenciales, dado que la derecha sigue siendo muy fuerte, el paramilitarismo sigue amedrentando, y hay una serie de rumores sobre el proceso electoral (cosas en las que no quisiera entrar en mucho detalle).
Todo parece indicar que no se va a ganar en la primera vuelta, como pensaban los más allegados a Petro, pero, por lo menos como muestran las encuestas, en una segunda vuelta ganaría, aunque no por un amplio margen. Ahora, hay un fenómeno nuevo, que se llama Rodolfo Hernández. Este es un señor medio payaso, populista, medio de derecha que confesó su admiración por Hitler, aunque después se arrepintió, y dijo que había sido un desliz. Él es tremendamente patriarcal, grosero, y eso cala en ciertos sectores populares, que están cansados con este gobierno. Ese fenómeno puede sorprender un poquito. Pero, de acuerdo al clima electoral, si Hernández se enfrenta a la derecha, como parece ser, ganaría esta vez la izquierda. Considero que las movilizaciones tuvieron algún impacto, pero no hay una línea de continuidad directa. No es que los millones que estuvieron participando son petristas, incluso algunos, creo que votaron por Iván Duque en 2018.
Otro factor a tener en cuenta es la existencia de un margen de abstención electoral muy fuerte en la sociedad colombiana; yo creo que la abstención va a estar cerca del 50% y, el voto en blanco estará entre un 5% y 10%. Entonces, no creo que haya una traslación directa de las barricadas a las urnas. Pero sí hay un impacto, yo creo que sobre todo lo chileno hizo que muchos jóvenes le coquetearan a esa idea. Vamos a ver qué pasa”.
Trenzar Memorias, No. 3, Noviembre, 2022