Bullerengue: resistencia, lamento y celebración ayer y hoy

Por: David Orjuela

El bullerengue, declinación musical de la cumbia, emergió desde sus inicios como pneuma exorcizante del abuso al que la población del Caribe colombiano estuvo sometida por parte de los colonizadores europeos, desde las épocas de esclavismo en América hasta nuestros días. Se trata de una práctica artesanal-artística que incluye cantos femeninos, interpretación de tambores y acciones de “respondedores” y es reconocida como una de las manifestaciones artísticas más tristes, ceremoniosas y resistentes del país. 

Colombia, un país “caribeño”

Colombia es, sin duda, un país reconocido por formar parte de la región denominada Caribe. Tal vez no haya en el continente un territorio tan efervescente y compenetrado con su cultura como el constituido por el sureste de América del Norte, el este de América Central, el oeste de la América Insular y el norte de América del Sur. Sus sonoridades musicales, especialmente, devienen en lugar integral de aproximación al entendimiento de las distintas formas de control social y político, a los que los habitantes de esos territorios se expusieron desde, por lo menos, el siglo XVI e incluso hasta nuestros días.

 Petrona Martínez: La reina del Bullerengue. Fuente: Diario La Razón (Colombia).

A diferencia de la cumbia con la que comparte, entre otras cosas, sus raíces negras, su ubicación geográfica y varios de sus instrumentos, el bullerengue no es una música-danza nostálgica; tampoco es dulce. Es más que eso: es catarsis chamánica que empieza con el clamor doloroso-terrenal de la “cantaora”, quién introduce el tema de la canción y lo envuelve para su ascenso-descenso por los rincones metafísicos de la escucha, lugares recorridos gracias al brebaje mágico conseguido por los ritmos acelerados y agitados de los tambores y un coro de voces que a manera de eco invocan el latido de corazones sincopados en el estribillo. 

Generalmente, la “cantaora” lanza un verso y el coro le repica con las palmas o parafraseando el mismo verso. Al mismo tiempo, el tambor “alegre” (el de la sonoridad principal) se sincopa misteriosamente y cambia constantemente de ritmo manteniendo, no obstante, una extraña sincronía con la “cantaora”. Junto a este ensamble, las letras se centran en la descripción del paisaje social y natural de su territorio, desde una condición de exclusión, propia de las poblaciones pobres y dominadas por la “civilización” europea.

  Pabla Flores, matrona del bullerengue. Fuente: diario El Espectador (Colombia).

La política del bullerengue

La celebración, el lamento y la resistencia son tres rasgos narrativos constituyentes del bullerengue, invocados para manifestar políticamente un decir y un sentir diacrónico. El hecho sucede desde dos vías: hechos estáticos vigentes y sincronías evolutivas emergentes. En el primer caso, se trata de elementos imperantes que forman sistema; en el segundo, los elementos entran y se reemplazan unos a otros sin formar un sistema entre sí. Es decir, son particulares, heterogéneos, aislados y además ajenos al sistema, a pesar de ser condicionados por éste. 

El primer caso refiere a lo denominado como “Africanía”, que alude al impacto de la diáspora africana desplegada en América, cuyo inicio se remonta a la trata de esclavos extendida por la colonización europea, así como a su transformación en el nuevo continente, producto del sincretismo con sus otros dos códigos culturales configuradores: el indígena y el criollo o campesino. Este sistema de rasgos identitarios, mantenidos hasta ahora, construye una acción continua de resistencia, elemento estético fundante junto al lamento y la celebración. 

En el segundo caso, un elemento particular y heterogéneo actual, que permite poner en el mismo nivel de poder las culturas centrales y las periféricas, es el feminismo. En efecto, dicha “partícula” social emerge como producto de operaciones sociales desfiguradoras del staus quo, no siempre localizables dentro de un movimiento ni reconocidas en políticas estatales o desde organizaciones no gubernamentales. Más bien, en ocasiones prefieren estar dentro del perímetro de las transformaciones sociales alternativas, caracterizadas por una fuerte disidencia de las formas convencionales de hacer política, basadas en ideologías falocéntricas, rígidamente definidas y negadoras del valor de la experiencia. 

Las polleras de Puerto Escondido (Córdoba, Colombia). Fuente: Diario La Libertad (Colombia).

En ese contexto, la importancia actual de manifestaciones culturales como el bullerengue, se refuerza. Por un lado, como mediación espiritual en términos de reparación integral en tiempos de conflicto; por otro, por permitir sentir la experiencia de las mujeres como víctimas y testigos de la violencia estructural que viven en sus regiones. Toda esta evidencialidad se desarrolla de forma integral; todo el cuerpo es el que percibe, articula y construye mecanismos constituyentes de Subjetivaciones Políticas.2 §

Trenzar Memorias, No. 1, Marzo, 2021.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Rolnik Suely, Guattari Félix,Micropolítica. Cartografías del deseo, Madrid: Traficantes de sueños, 2006. 
Piedrahita, Claudia, Álvaro Diaz y Pablo Vomaro, Comp. Acercamientos metodológicos a la subjetivación política: debates latinoamericanos: Buenos Aires: CLACSO, 2014.

David Orjuela
David Orjuela
Es licenciado en Humanidades (énfasis en Español-Inglés) y magister en Análisis del Discurso. Actualmente, trabaja como investigador independiente en el Grupo de Estudios de Arte, Género y Diversidades, del Centro de Investigaciones Arte y Patrimonio (CIAP-UNSAM) y forma parte del grupo de investigación del Ubacyt “La imagen cómica como espacio crítico bajo las dictaduras militares de Argentina y Chile”, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Integra el Grupo de Estudios sobre Cultura, Política y Medios en América Latina (GECUMESAL), asociado al IEALC. Se desempeña como docente del Taller de Lectura y Escritura de la Universidad Nacional de José Clemente Paz (UNPAZ) en Argentina.