“El Testigo”: Todavía no se ha terminado la noche

Por: Carolina Pinzón Mayorga

“Todavía no se ha terminado la noche” §, dice Jesús Abad Colorado cuando dialoga con su amigo Conrado en el documental que estrenó Netflix en 2018 sobre el trabajo que, durante años, ha adelantado el fotógrafo de prensa retratando las víctimas del conflicto armado en Colombia. Conrado es uno de los habitantes de San José de Apartadó que se negó a dejar sus tierras aferrado a la promesa de la paz, después de la masacre de cinco adultos y tres niños a manos de agentes del estado y paramilitares en 2005.

La producción de Netflix es la visita y el reencuentro en primera persona (el fotógrafo y las victimas), años después de un camino ruidoso que empezó cuando contar historias retratadas era una mancha cicatrizada, una frecuencia narrativa de lo insondable de cuando no sobrevienen las palabras, cuando el lenguaje articulado es inocuo. El documental transmuta los escenarios; la perspectiva del fotógrafo es otra, ya no está detrás de la cámara, ahora él también es observado, y observa el paso del tiempo, recalcula los cambios en los sobrevivientes, pero es innegable que muchos cambios no han sido posibles. En Colombia la vida de los marginados es una constante lotería sin premios mayores. Ellos y ellas han crecido, son jóvenes que trabajan, abuelos que crían a sus nietos huérfanos por la guerra, campesinos y reinsertados que sueñan otro país; el mismo que soñaron sus familiares asesinados, un país que no sea atroz, no piden mucho más que eso.

Fueron algo más de 500 fotografías las que reunió “El Testigo”, la exposición de Abad Colorado, reportero gráfico colombiano que durante más de dos años hizo coincidir la mirada de miles de personas en el Claustro de San Agustín en Bogotá. La palabra posconflicto resonaba en las redes, en los artículos que diferentes medios nacionales les dedicaron a las paredes salpicadas por fotos a blanco y negro y también a color, las cuales daban cuenta de 26 años de masacres, violaciones y fusilamientos. El trabajo de Abad asegura cuotas de desidia estatal desde donde se le mire, es imposible soslayar el horror, pero también permite trasladar las mutilaciones, los escombros y las fosas comunes a un lugar donde el duelo y el perdón encontraron lugar, se hicieron un lugar y donde las víctimas de las víctimas creen en la posibilidad de la paz duradera.

Las historias se encadenan como correlato de un conflicto viejo que se actualiza a través de las cuatro salas curadas por María Belén Sáez de Ibarra: “Tierra callada” es una radiografía del desplazamiento; “No hay tinieblas que la luz no venza” se centra sobre las desapariciones forzadas; “Y aun así me levantaré” habla de la violencia contra los civiles, y la última sala, “Pongo mis manos en las tuyas”, constituye un registro de las manifestaciones por la paz y del sentido unívoco.

Foto tomada por Carolina Pinzón en noviembre de 2018 durante la exposición fotográfica “El Testigo” en el Claustro de San Agustín en Bogotá.
Soldado llora el asesinato de su hermana menor. La guerrilla le había advertido que, si no dejaba el ejército, mataría a su familia.

El fratricidio es un concepto que atraviesa “El Testigo”: las imágenes de niños vestidos con camuflados que lloran a otros niños o que limpian la sangre de los cuerpos de sus vecinos recapacitan sobre la idea de la satanización de las guerrillas y de los bandos; remueven los grises de una guerra que se devora a sus propios hijos: “En Colombia, yo no he logrado saber quién es Caín y quién es Abel”§,  señala Abad, porque no se trata de dar un discurso a propósito del posconflicto, porque el conflicto no terminó con las tomas guerrilleras ni con las masacres organizadas por paramilitares y acompañadas por el estado, porque los niños, los campesinos y los pobres continúan siendo objetivo militar hoy.  El lente del periodista recupera las secuelas de la barbarie y se instala en los residuos de los cuerpos para convocar la desesperanza desde la mirada del valiente endilgado, de la viuda y del huérfano, de la novia que entró a la iglesia en el pueblo destruido después de una toma guerrillera, de la lucha por el territorio y de los entierros simbólicos de campesinos desaparecidos en hornos crematorios.

Una novia entrando a la iglesia para casarse después de una toma guerrillera. Granada, Antioquía. Tomado de: https://www.cronica.com.mx/notasn_cada_fotografia_hay_pulsaciones_del_alma_dice_jesus_abad_colorado-1132405-2019

Recorrer los pasillos de la exposición supone una deuda pendiente con las víctimas de un país detenido en las espectacularización de las guerras. En plural porque son varias; son y fueron muchas guerras sostenidas por la negligencia de un gobierno y de otro, escenarios que transcurren en otro lugar diferente al que muestran los noticieros y las voces autorizadas, donde los duelos siempre son de otros, de los más pobres. Ahí donde las ausencias estatales se hacen tan visibles, “El Testigo” logró situar al espectador como otro responsable. Asumir la indiferencia hacia el dolor de las victimas también implica tomar una posición, ver la incertidumbre en la mirada de los dolientes en los entierros colectivos, sacudir el sentido común y aproximarse a las entrañas de un país enfermo que cada tanto conmemora sus ruinas circulares con otra masacre, con otro desplazamiento, con otra fosa común de huesos sin nombre, con otra guerra. Esta vez ya no anónima. 

Trenzar Memorias, No. 1, Marzo, 2021.

Carolina Pinzón Mayorga
Carolina Pinzón Mayorga
Carolina Pinzón Mayorga: Es Licenciada en Educación básica con énfasis en Humanidades y Lenguas extranjeras por la Universidad Pedagógica de Colombia. Actualmente se encuentra cursando una especialización en Aplicación de TIC para la enseñanza en la Universidad de Santander en Colombia. Asimismo, adelanta la maestría en Educación, Lenguajes y Medios, título que entrega la Universidad Nacional de San Martín en Argentina. Es docente en una escuela rural en Colombia y profesora de un grupo de estudiantes en situación de encierro en la cárcel de Villeta, Colombia.