Por Boris-Suárez-Villa y Gaviota Marina Conde-Rivera
Recuerdo de mi abuela.
Nosotros somos los ruidos de la tribu, venimos de lejos, de ancestros que tejían la memoria con cuentos de mujeres de mucho viento.
Venimos del olvido, a llenar la plaza y clamar, estamos vivos.
Hemos salido de la memoria, de la palma y el plátano, el ñame y el ciruelo, tronco de guayacán ilumina el oro del día.
Nosotros traemos a los niños que no fuimos, a levantar en la plaza los cantos, las banderas.
Nosotros, la tribu desempolvando las palabras, las polleras. (Poema que pertenece a los 28 poemas de una noche en la Casa de Poesía Europea, Lovaina)
Y recordando a la abuela nos preguntamos ¿de dónde provienen las subjetividades que hacen hoy día resistencia en Colombia?, nos respondemos que son los nietos y nietas de los perseguidos políticos de la Unión Patriótica, son los nietos y nietas de los desaparecidos del Palacio de justicia, son los hijos e hijas de los desplazados de tantos obligatorios desarraigos, además de ser los hijos e hijas de la primera generación que afrontó la flexibilización laboral que trajo consigo la Constitución neoliberal de 1991. Son los jóvenes nietos e hijas de las fisuras, de los cuerpos-sujetos (Lebreron, 1990; Butler, 1996; Galak, 2016) que importan porque son mayorías, que vienen reclamando su lugar en el mundo a pesar de la encarnizada necropolítica del capital (Estévez, 2018).
Una de las herencias de las que provienen los nietos e hijas es la acumulación de formas de lucha que transitan entre la beligerancia, la toma de las calles y la plaza pública, hasta la participación (Mouffe, 1999; Bobbio, 2007) dentro del margen democrático; todas ellas se configuran entonces como un conjunto de prácticas que han posibilitado escribir la historia de las formas de luchas populares en Colombia, lo que configura modos distintos de participación política (Sousa, 2002), por lo tanto, han devenido en nuevas formas de apropiación de la realidad.
La herencia proviene además, de un cuerpo campesino, de manos callosas, brazos fuertes, cuerpos acostumbrados a caminar por horas con la cosecha al hombro en donde el dolor y el cansancio se calmaban con una bocanada de tabaco; de ahí que su forma de actuar en el mundo estaba definida por el arraigo a la tierra, lo que generaba dentro de sus maneras, el situarse en el campo como lugar de reivindicación de la lucha contra el sistema, estableciendo huellas distintas a las de la tercera o cuarta generación que le precede por haber nacido estás últimas en la ciudad, que es comprendida como el nuevo territorio para la confrontación del Poder imperante (Foucault, 1996; 2001), de ahí que existe otra visión de mundo que depende de los consumos que el capital ha generado.
A lo que se resiste
Como uno de los resultados del procesos de enclaustramiento de los humanos en las ciudades, se han venido develando formas particulares de operación del Poder, mostrando un rostro difuso y gaseoso del capital que parece esfumarse de las manos de los trabajadores, de los productores de bienes y servicios, de las bases productivas en general; lo que ha generado levantamientos sociales que son confrontados desde el Poder a través de un entramado de artilugios y dispositivos cargados de lenguaje bélico, para la activación de enunciados o axiomas que operan en el nivel del flujo sanguíneo de la estructura; un sistema circulatorio de la ideología a través del cual se absorbe y desactiva toda intención creativa de un otro orden posible. Convirtiendo todo lo ya existente en reproducción.
Es el momento de exacerbación de una sociedad del espectáculo (Debord, 1967), en la inversión de las lógicas modernas fundadas en verdad, realidad objetiva y razón única. Esa ficcionalización lo que produce es una explosión de una diversidad de discursos donde ya no importa si son reales o ficticios. Discurso es igual a construcción de la mente humana. No en el orden de los intercambios de producción sino en el intercambio de la cultura, la superestructura, en el intercambio de información. Todas las formas de lo que llamamos cultura están mediadas por la ideología, que son del orden de cada medio (formas de producción, reproducción del orden cultura) en cada una de ellas hay una infraestructura que no necesariamente está dentro de la relación económica, sino en la perspectiva de que los sujetos construyen relaciones dentro de ese orden cultural en el intercambio de información.
¿Cómo se resiste?
La ciudad desigual, mediada por las formas de operación del poder, pareciera hacer uso del lenguaje como el mecanismo más desarrollado, más cualificado, sutil o hiper tecnificado que atraviesa todos los espacios de los órdenes sociales (Théret, 2020), de alguna manera condicionar mentalidades, condiciona subjetividades, condicionar conductas, acciones, condicionar ideas; sin embargo, se van produciendo lenguajes otros, inicialmente silenciosos, como esperando a ser leídos para “generar consciencia, para el despertar”. Denuncias en cartelitos hechos de stencil que van diciendo que falta 6.402 personas, forma como el lenguaje se va haciendo cuerpo, va erizando la piel, hasta convertirse en un ruido ensordecedor como un hilo conductor entre el cuerpo deseo y el cuerpo relación encuentro, para estar juntos, para decir que todo está mal, juntos.
Esas disputas ponen en juego otras maneras de entender la vida y el mundo, porque están por fuera de la lectura de la modernidad, creando los nuevos cuerpos de la ciudad, que son menos toscos, más lizas sus manos, tatuados y perforados, en tránsitos, que se entrecruzan con otras subjetividades deseantes, constituyendo otras maneras de ser cuerpo simbólico-cultural (Hall y Du Gay, 2011; Mellino y Hall,2011; Gilberto, 2005; Bourdieu, 2000) que se agarran de las formas discursivas de la modernidad para poderse sustentar, poderse explicar, lo que los hace disruptivos pero no son exógenos, porque o sino no los comprenderíamos.
Estar dentro del marco de las maneras propias de la modernidad, posibilitó el uso de las redes sociales como lugar de transmisión de versiones distintas del acontecimiento, la explosión también fue virtual, en el entrecruzamiento del suceso con novedosos análisis que ampliaron la mirada de la historia, con versiones venidas desde diversas voces presentándose a sí mismas, enunciando la precariedad desde distintos lugares del país, constituyendo un cuerpo social sináptico de enunciación.
De esta manera, la participación política encuentra múltiples territorios físicos y virtuales de disputa con el Poder, al acercarnos a otros sentidos y categorías desde la comprensión de lo común. El relacionamiento con el planeta, no desde el desarrollismo como lo ha denominado occidente, sino desde el encuentro con lo otro y lo diferente como parte de un todo que se constituye. La mirada está en lo diverso-divergente, en lo plural-periférico, que coge tanto de la matriz estructural del poder de dentro de ella como de afuera.
De ahí que la palabra resistencia (Zibechi, 2017; 2020) va adquiriendo un nuevo significado en la medida en que las relaciones de producción cambian, porque el orden social se organiza ahora de otra manera, desde las relaciones de esos sujetos que se dan cuenta en masa de la acción de dominación y explotación que el Poder ejerce sobre ellos. Esto quiere decir, que la superestructura cambia, tanto por la transformación y deterioro de las relaciones históricas de producción, como por la compresión popular de la exacerbación de las dinámicas de explotación del poder, en las cuales por supuesto, esas nuevas relaciones populares se percatan de la necesidad de un objetivo: su emancipación.
Acción política a la calle
En los jóvenes nietos e hijas hay mucha espontaneidad, sin decir que no hay organización y planeación. Hay un orden en el caos. La claridad política en términos de demandas ¿por qué se demanda? ¿para qué se demanda? e incluso, la respuesta es que el problema es estructural pero no se tiene claro cuáles son las vías para resolver el problema estructural, en donde los derechos no se cumplen y el Estado no cumple con sus deberes, lo cual plantea un problema de fondo: hay una carta deslegitimada por un ser-hacer-sentir de las propias gentes, porque la corrupción está en todos los niveles.
Es una carta que no tiene validez porque el pacto social que está en ella no existe. Lo mínimo para un ejercicio digno de la ciudadanía es respetar los pactos, las condiciones que nos ponemos para ser pueblos Estado. Quienes ostentan el Poder no los respetan por su capacidad de hacer juego a la norma, posibilidad de romper la palabra, puesto que tienen un Estado a su medida, corrupto y mafioso. Y los de abajo, los de a pie, las mayorías, no cuentan con la capacidad de cumplirlos por las necesidades insatisfechas del día a día, que impiden las condiciones para ejercer la plena ciudadanía. La necesidad ha conllevado incluso a romper el pacto de la vida de los demás, porque “primero está mi vida y mi comida que la vida y la comida del otro”, se pierde el valor de la vida por la necesidad de la subsistencia. Mientras más se mantenga en la miseria y en la pobreza a una parte importante de la población, más fácil va a ser cooptar a los sujetos para ejecutar las órdenes del Poder, demostrando así su incapacidad de revelarse porque está sujeto a la miseria; lo que lo lleva a someterse a cualquier estructura que le dé de comer.
En este caos ordenado a su manera, se ve también una profunda impotencia, la desesperanza por encima de todo aferrándose a la acción de resistencia de los jóvenes. En las juventudes hay una condición carnal de disputa por la dignidad, ejercida de manera visceral en un sentido discursivo, mas no en el ejercicio violento. Es una sensación de sangre que motiva la articulación de palabras, que no pasa por la acción bélica. No se llega a las armas porque hay una tradición de resistencia (que no se demuestra en la violencia sino en las prácticas de las luchas populares). La primera línea no es un ejército de combate, no es un cuadro militar, es un performance de la digna rabia juvenil, por eso cualquiera puede ser primera línea ya que no se necesita una formación sino lo que se necesita es sentir la digna rabia.
Aparece así en el aire una sensación de que la violencia del Estado se responde con creatividad, efervescencia e indignación discursiva, simbólica. No estamos hablando de una generación bélica, estamos hablando de una generación inteligente con una mirada de país más amplia, una mirada más universal incluso en lo local como nación, por eso confluyen las múltiples colectividades existentes en un país como Colombia, demostrado en el apoyo de una resistencia ancestral como la Minga Indígena al mundo urbano. De ahí los intentos de simular la acción de la guardia indígena en las primeras líneas, porque hay una identificación en las formas de protección de la vida, en una verdadera disposición de defensa del pueblo movilizado, alejado de las formas de ofensiva policial. Es la dignidad la que camina, ya no son aquellas formas violentas de confrontación por las que transitaron los padres y los abuelos de generaciones atrás.
Hay inteligencia y capacidad interpretativa, hay un desborde creativo, hay ideas; condición opuesta a lo que acontece con quienes pretenden liderar la protesta social luego de hacer el llamado al paro nacional indefinido. Falencias que se enmarcan en unas mentalidades añejas en un sistema caduco, aunado a una tradición de gobiernos que desconoce las realidades presentes de los ciudadanos a quienes gobierna. Pretende este abordar las causas de la movilización popular, con las formas de la guerra del siglo pasado, una mirada agotada, casi decimonónica, a unas necesidades de un siglo XXI en un avance profundo, demostrando ser un Poder absolutamente descontextualizado.
Una descontextualización que podría ser entendida bajo la idea de manejarlo todo como negocio, en la intención y en la lógica de que el Estado es una empresa, en donde se espera que todos se sumen a la cadena de producción sin objeción alguna porque si hay reparo eres excluido, porque hay mano de obra y recurso humano suficiente dispuesto a obedecer. En esta perspectiva del rendimiento máximo del capital no existen los derechos de los sujetos: se nos quitó el derecho incluso a juntarnos como trabajadores para pedir por los derechos como trabajadores. Hoy se está intentando romper el derecho a encontrarnos para protestar, acción legítima en un Estado social de derecho, que permite a los ciudadanos hacer las demandas necesarias para el desarrollo de una vida digna.
Al interior del Estado existe una disputa entre la lógica del Estado social de derecho y la lógica del rendimiento máximo del capital en una forma de Estado Corporativo; esas dos lógicas no tienen la posibilidad de caminar en el mismo sentido. Desde ahí el pacto social está roto entre Estado y ciudadanía. El neoliberalismo (Anderson, 1999; Minsburg, 1999) rompe los Estados sociales de derecho, rompe la carta constitucional porque los derechos son mercancías y si los derechos son mercancías los ciudadanos somos consumidores, usuarios, clientes, mano de obra, recurso humano e incluso hemos llegado al extremo de convertirnos en mercancías, y ¿si la ciudadanía es mercancía para qué se necesita un Estado social de derecho? Lo que el neoliberalismo propone es un Estado que profundice la miseria a través de políticas extorsivas que nos saquean, al punto de sentir que el único camino es doblegar la dignidad para vernos en la necesidad de aceptar el ser mercancía.
Si las juventudes de hoy, aquellas de cero a siempre que se sientan tan jóvenes como la mentalidad de la época, si estamos comprendiendo esto hoy, es porque ya no necesitamos del adultocentrismo patriarcal decimonónico, que habla de lo que “sí es importante”, se cree el tomador de decisiones y se siente el sujeto con la madurez suficiente para dirigir el rumbo de las gentes. Si las mentes jóvenes estamos entendiendo esto, quiere decir, que estamos en la capacidad de autogobernarnos y es un autogobierno en unas dinámicas distintas, unas formas de relacionamiento otras, horizontales, con disposición, capacidad, disponibilidad para el ejercicio de los saberes, haceres y sentires de la ciudadanía.
Esto es posible porque la propia globalización neoliberal nos segregó en nichos profundamente diversos, pero con la capacidad de auto producirse y no solo como mercancía, sino también, como sujetos diversos con múltiples formas de crear subjetividad en la necesidad de reivindicar su condición humana; y cuando reivindica su condición humana puede encontrar en la diferencia al otro como complemento de sí mismo.
Así la disputa…
La disputa por la dignidad se enmarca en un territorio del discurso, del acto simbólico, en el cuál la creatividad, las nuevas formas de acción y del estar siendo como nuevos sujetos empoderados, permite un entendimiento del problema que da espacio el encuentro y la juntanza para la transformación en ese orden simbólico. Un terreno en el que se libra toda una batalla de opresión y dominación porque va a determinar las formas de estructuración del territorio macro que es el orden social.
Así el sentido se nos cruza en la mirada amplia y comprensiva de la multiplicidad de búsquedas y necesidades, en complementariedad con las diferencias que integran el sentido mismo de la lucha y que van a permitir enfrentarse a las lógicas extorsivas del capital en su nueva modalidad de esclavitud mercantil y financiera. Una disputa por el territorio de enunciación y el revestimiento de un discurso que solo pretende profundizar un sistema de beneficios y privilegios para las élites glocales. Un capital que funciona como máquina de extracción que succiona la vida de las gentes y desecha todo lo que no puede procesar como trituradora de todo horizonte plural.
Así la creatividad en el caos, la desarticulación, el no saber para dónde se va. Así el rumbo sin rumbo, porque hoy lo que importa es el camino y los encuentros que se tienen en el camino, porque eso nos construye en una autoproducción diversa y atomizada que va a confluir en una materia en ordenamiento, si es que sus formas podemos llamarlas del orden. Una materialidad humana que está en construcción de ese sentido común y que puede no saber cómo caminar, pero, si algo tiene la especie humana es la necesidad de tiempo para adaptarse a cada momento de su existencia, es la necesidad de tiempo para empezar a caminar con el equilibrio suficiente de manera autónoma e independiente.
Trenzar Memorias, No. 3, Noviembre, 2022